La crónica de tribunales compite con la deportiva por el protagonismo
informativo. Los alardes de los jueces estrella inundan los medios con las
peculiaridades de sus métodos o de su carácter, desbancando a los ídolos del
cotilleo televisivo. Los que tienen menos aptitudes circenses acuden a las
tertulias de radio y tv, otro fenómeno de los tiempos que se ha convertido en
insufrible, a hacer gala de un corporativismo vergonzante. Las vistas
multitudinarias, como las del caso Malaya, los ha sacado de los espacios sacralizados,
cubiertos de maderas nobles y terciopelos rojos, para situarlos en ambientes
funcionales con cámaras y micrófonos, lo que ha contribuido a su
desacralización. Lo cierto es que, por una cosa u otra, el prestigio de la
justicia no vive sus mejores momentos.
El tira y afloja de los ciudadanos con la justicia en España
no es cosa de hoy, según parece. Recordad aquel refrán castellano con andadura
de siglos: pleitos tengas, y los ganes. Nada bueno puede esperarse de la
radical desconfianza que rezuma semejante sentencia.
Volvamos al caso Malaya. La frustración ha sido considerable,
después de la espectacular puesta en escena, por la levedad de las condenas al
haber aplicado eximentes y atenuantes con una generosidad digna de mejor causa.
Para liberar responsabilidades se culpa, “soto voce” y con sobreentendidos, a
los defectos y a la lentitud de la instrucción, que, por cierto, fue dirigida
por otro juez. Y, por último, para evitar la condena pública, el tribunal dirige
un guiño al común recomendando a quien corresponda que la recaudación de las
multas revierta al municipio saqueado, colocando la pelota, ya desinflada, en
el terreno de los políticos. Bonito juego.
En casos tan sonados las responsabilidades están siempre muy
repartidas y en éste llega hasta el último ciudadano marbellí. Por eso me
rechina la idea de que la ciudad sea compensada ¿No fueron ellos los que
votaron una y otra vez a Gil a sabiendas de su comportamiento al margen de la
ley, o quizás por eso? ¿No le otorgaron mayorías absolutas de modo tan pertinaz
que hasta en la cárcel y aún después de muerto siguió ganando batallas? Hasta
ahora sólo el Cid había logrado tal hazaña. Seamos consecuentes y que la ciudad
que permitió, alentó, alabó y abrazó jubilosa el desastre “ostentóreo” asuma
las secuelas. Habrá inocentes, pero no la ciudad en su conjunto, que se
pronunció en su día mayoritariamente por el orden mafioso. El populismo de
urgencia del tribunal ¿no tendría mejor destino en la papelera?
Da grima ver las
trabajosas maniobras de otro juez, bisoño, interino por más señas, con los
casos que mandaron a las tinieblas exteriores al popularísimo Garzón y que
otros muy expertos habían dejado al sereno, no se sabe muy bien por qué, o
quizás sí. Que haya recaído en este esforzado y desbordado personaje el caso de
delito político más grave de toda nuestra historia democrática ¿será
casualidad? Y si lo fuera ¿cómo es posible que el azar tenga tal protagonismo
en asuntos tan sustanciales?
Hay graciosos que se empeñan en contar chistes en los
funerales. Debe ser de esos el juez instructor
en el caso de la niña asesinada en Santiago. Lo sórdido del asunto choca
con el desparpajo del instructor ante la prensa. Al oírlo nos quedamos pensando
si es que carecíamos de sentido del humor o si es que el juez no tenía sentido
común. Al menos con eso se nos alivió la desazón por la interrogante que nos
acosó desde el principio de por qué permitió la desaparición del cuerpo del
delito mediante incineración, nada más constatar que se trataba de un homicidio.
Veremos.
¿Y la jueza Alaya? No quisiera morirme antes de saber la
proporción de profesionalidad y de política que hay en el trolley que arrastra
ante las cámaras en su pinturero ir y venir de los juzgados. Lástima que haya
tenido que sobreseer un expediente por haber prescrito. Lástima que sea el que
implicaba a dos hermanos de la ministra Báñez. Lástima que esto no termine
nunca. Lástima que no entendamos nada.
La pregunta es ¿Quién manda esta tropa? La respuesta:
Gallardón, el CGPJ y, por último y sobre todo, sus conciencias.
¡Dios mío!
1 comentario:
Montesquieu fue uno de los grandes pensadores previos a la revolución, y escribió “El Espíritu de las Leyes” (1748)… No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia.
Saludos
Mark de Zabaleta
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