Se habla de una generación perdida. La crisis habría
volatilizado las oportunidades y el porvenir de toda una generación que
trampeará para sostenerse durante décadas para caer en una vejez semejante a la
de nuestros abuelos. El progreso tecnológico y la globalización lucía con tonos
esperanzadores, pero resultó un espejismo. El futuro ha cambiado de color. La tecnología ha lubricado los mecanismos del
capital que se erige en campeón absoluto, y arroja a las clases medias
trabajadoras de la industria y los servicios al limbo de la inutilidad;
mientras, la globalización está logrando la igualación mundial de los que
perciben rentas del trabajo (con la excepción de la aristocracia gerencial) por
abajo, con sorpresa de ingenuos, pero según la lógica capitalista (y liberal)
más ortodoxa.
Seguramente será cierto que estamos en una coyuntura
histórica, en uno de esos saltos tecnológicos que han cambiado la dirección de
la historia; pero, si bien tales innovaciones observadas desde la distancia de
los estudiosos se perciben como avances decisivos, lo cierto es que sus
protagonistas los sufrieron dramáticamente. Nunca, por esperanzadores que
parecieran, sirvieron para otra cosa que para cambiar los métodos de
explotación y relevar a los explotadores. Pero la cultura es acumulativa y
sucesivas capas de experiencia histórica han ido dotando a las conciencias de
armas nuevas para alimentar el sueño de su liberación. Una de cal y otra de
arena.
La revolución industrial, que abrió el mundo contemporáneo,
se nos revela en los textos de la época con las alegorías de la abundancia, la
liberación de las ataduras de la madre (madrastra) naturaleza (caprichosa y
tiránica) y del progreso, entendido como el recto camino encontrado al fin por
la humanidad. Pero, a la vez, escuchamos los lamentos de los artesanos
reducidos al paro o a la condición de proletarios, de los aldeanos hacinados en
los suburbios urbanos donde sufrían todas las lacras de la pobreza y la
explotación, de los campesinos arruinados por la competencia del mercado o
expropiados por los poderosos que organizan jurídicamente el nuevo concepto de
la propiedad según sus intereses (las revoluciones tecnológicas acaban siendo
políticas, jurídicas…).
Si de verdad estuviéramos en uno de esos goznes de la
historia, éste que ahora padecemos sería un episodio más en el que los
historiadores del futuro sólo se detendrán si sirve como hito para sus
clasificaciones u ordenamientos cronológicos en la comprensión del proceso. Pero
para nosotros, protagonistas, el mundo que abriría sería incomprensible y
hostil, como lo fuera para los atónitos inmigrantes amontonados en los barrios
insalubres de las urbes industriales del XIX. Necesitamos aportar las luces de
la ciencia y la experiencia, es decir, el análisis racional de la historia.
Dice el Eclesiastés
en 1, 9-11: «Lo que fue, eso será. Lo que ya se hizo es lo que se hará. Nada
hay nuevo bajo el Sol». Lo cierto es que esa rueda infinita sólo es una mala fantasía
que invita a las masas a la inmovilidad, sueño de los depredadores sociales. Pero
en este intermedio hemos aprendido (algo nuevo bajo el Sol) que de lo que
hagamos hoy dependerá un futuro cuyos trazos están ya en las mentes de aquellos,
inspirando programas y reformas que se nos ofrecen como solución para salir del
bache, pero que son en realidad vueltas de tuerca para afianzar nuevos dominios
para viejos intereses de clase.
Reforma laboral para desarbolar a los sindicatos, desmontar “prejuicios”
solidarios y meter en cintura a los trabajadores que se habían vuelto protestones
y exigentes; reforma de la enseñanza que ofrece el modelo del nuevo héroe
social: el “emprendedor”, para lo que se dispone una panoplia de nuevos valores
extraídos de la selva mercantil, pero nuevos en el aula, que desmontan el
paradigma igualitario, cooperativo y solidario anterior; reforma sanitaria para
que el capital no quede excluido de una de las actividades más importantes (y lucrativas)
del futuro inmediato; reforma de las pensiones desenganchándola del IPC, con lo
que pronto serán poco más que simbólicas, abriendo hueco al capital (los fondos
de pensiones americanos producen temor y envidia a parte iguales, según quien
los mire); reforma de la ley del aborto porque qué se habrán creído las mujeres;
reforma fiscal (está al caer) que rebajará los impuestos sobre la renta e
incrementará los indirectos para, entre otras cosas, financiar con el IVA las
cargas sociales empresariales, transfiriéndolas a todos los ciudadanos…
Es posible que perdamos una generación, pero lo seguro es
que perderemos un modelo que entendía el progreso desde claves de igualdad y
solidaridad, no desde las columnas de un libro de contabilidad.
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