Comienza
el Ramadán para los musulmanes. Implica treinta días de ayuno riguroso de sol a
sol. Siempre me sorprendió la inclinación de las religiones (o las iglesias) a
establecer tabúes alimentarios, regulaciones a veces prolijas sobre los hábitos
en la alimentación, como ayunos, abstinencia de determinados alimentos de forma
temporal o permanente, y hasta las técnicas en la manipulación y preparación de
los permitidos.
El ayuno es, y sobre todo ha sido, una práctica común. En el
mundo cristiano ha ido perdiendo vigencia hasta casi desaparecer, pero en la
Edad Media llegó a ocupar ritualmente, junto con la abstinencia de la carne,
bastante más de cien días al año. Esporádicamente el ayuno ha sido utilizado
por gentes piadosas como práctica penitencial y también como método de
purificación: la escisión de la persona humana en dos entidades, espiritual y
corporal (presente en todas las religiones), ha llevado a los creyentes a fantasear
un conflicto o antagonismo entre cuerpo y alma en el que aquel ha llevado las
de perder por sus necesidades materiales, que se presumen de baja condición. La
idea recurrente es que el ayuno ayuda a meterlo en cintura. Leña al mono. Al
fin y al cabo el cuerpo forma parte del reino animal.
No hay profeta o santón que se precie que no haya hecho largos y agotadores ayunos, preferentemente en ese marco ideal que es el desierto. El tiempo empleado una y otra vez, como por azar, es de 40 días. No es casualidad: a partir de ese lapso de tiempo aparecerán fallos orgánicos graves; pero, antes, la debilidad generada altera la función intelectiva y pueden producirse alucinaciones (si hay un trastorno neurológico o psicológico previo, nada insólito tratándose de profetas, miel sobre hojuelas) que, naturalmente, son tomadas como experiencias místicas de un espíritu liberado de su cárcel material. El ayuno de andar por casa, exento de rigores, está libre de esos trances, únicamente comparte con aquel su inutilidad.
No hay profeta o santón que se precie que no haya hecho largos y agotadores ayunos, preferentemente en ese marco ideal que es el desierto. El tiempo empleado una y otra vez, como por azar, es de 40 días. No es casualidad: a partir de ese lapso de tiempo aparecerán fallos orgánicos graves; pero, antes, la debilidad generada altera la función intelectiva y pueden producirse alucinaciones (si hay un trastorno neurológico o psicológico previo, nada insólito tratándose de profetas, miel sobre hojuelas) que, naturalmente, son tomadas como experiencias místicas de un espíritu liberado de su cárcel material. El ayuno de andar por casa, exento de rigores, está libre de esos trances, únicamente comparte con aquel su inutilidad.
Mayores misterios encierra para mí la porcofobia que
comparten judíos y musulmanes. Los judíos la justifican porque clasifican a los
animales en puros e impuros y los cerdos están en este grupo. Otra cosa es por
qué hay animales impuros y qué significa exactamente eso. A la primera pregunta
se contesta con que es la voluntad de Dios; con la contestación a la segunda caemos en un bucle: que está prohibido consumirlos ( y está prohibido consumirlos porque son impuros...). Los musulmanes son más modernos. No es coña: el
Consejo Islámico de Indonesia acaba de publicar unas recomendaciones para
astronautas musulmanes que resuelve el dilema de como postrarse para la oración
en ingravidez (al estar arrodillado e inclinar el tronco hasta tocar el suelo
con la frente un principio de reacción física eleva el trasero, lo que no es
nada edificante) o el no menos problemático de como orientarse hacia la Meca en
la estación espacial. Por eso, suelen justificar la proscripción porcina con
una supuesta preocupación del Profeta por la salud de los fieles, aunque nadie
haya demostrado nunca que la lozanía de los que no comparten la fobia sea menor
que la de ellos. De un conocido antropólogo he leído que en los climas áridos
el cerdo, por sus hábitos alimenticios, es un competidor del hombre, así que su
cría resulta gravosa en exceso para una economía de subsistencia. Es posible, pero entonces ¿cuál es el por qué de las otras numerosísimas
prohibiciones de judíos y musulmanes, o la de los hindúes con las vacas, no por
impuras sino por todo lo contrario, o la abstinencia de carne entre cristianos,
etc., etc.? ¿Hay una explicación diferente para cada una?
He llegado a la conclusión, seguramente tonta, de que los
que mandan demuestran su autoridad mandando. Una obviedad, ya lo sé, pero que
tiene consecuencias inesperadas. Estableciendo reglas numerosas y complejas,
vigilando su cumplimiento y sancionando las infracciones se justifica una casta
ociosa, oportunista y poderosa de sacerdotes. La argumentación teológica es
operación posterior y evidentemente secundaria. Cualquier organización genera
unas dinámicas en pro de su conservación y ‘mejora’, al margen de los fines,
declarados, para los que se creara. Las iglesias no
son menos y su prolífica labor productora de ritos, liturgias y dogmas se ha
completado siempre con la de prescripciones y proscripciones sobre la vida
corriente de los fieles, con mayor o menor intensidad en función de su
capacidad de manipulación de la sociedad civil.
Dejemos que los musulmanes hagan su Ramadán, que los judíos
no prueben el jamón, que los hindúes apliquen a las vacas todos sus sentidos
menos el del gusto o que los cristianos erradiquen la carne del menú de los viernes. La
estupidez humana, como el poder de dios vislumbrado a través de las
manifestaciones de sus vicarios, no tiene límites.
3 comentarios:
Ciertamente hay tradiciones religiosas de dudosa lógica racional...Recuerdo la de no comer carne los viernes !
Saludos
Por una vez estoy de acuerdo con las religiones: la limitación del consumo de carne conviene al planeta. El actual consumo de carne, excesivo a todas luces, está provocando daños ambientales que a medio plazo serán irreversibles.
Tu artículo me ha resultado de lo más divertido, y entre bromas y serio creo que has dado en el clavo de algunas cuestiones complejas que, a nivel científico se encuentran todavía en el prólogo de su comprensión. Me refiero a la relación que existe entre ayuno y religión. Curiosamente es la misma que entre drogas alucinógenas y religión y la misma que determinados bailes (Derviches) y músicas. Con todas estas cosas, según los neurólogos actuales, se llega a lograr que las zonas más profundas de nuestro cerebro, como el sistema límbico se activen, se liberen de la inhibición a que la corteza cerebral las tiene sometidas. Y entonces se entra en el cielo (o en el infierno) se habla con los dioses de tún a tú, se reciben mensajes divinos, etc. Es el mismo sistema que se activa en los ataques epilépticos cuando se localizan en el lóbulo temporal derecho y uno se cae del caballo... etc. Es interesantísimo te recomiendo "El cerebro nos engaña" del neurólogo español Francisco J Rubia. O quizá "La conexión divina" de este mismo autor (más historia de las religiones y menos neurología).
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