9 jun 2014

Fundamentalismo democrático

Cada creencia, cada doctrina o ideología tiene su fundamentalismo. El vocablo comenzó a usarse en su valor actual en USA, a principios del XX, para designar a los que defendían la interpretación literal de la Biblia. Hoy se ha producido un trasvase en beneficio mediático del islam, de cuyo ámbito proliferan noticias sobre grupos radicales que nos impactan cada día con noticias truculentas sobre violación de derechos con la coartada de la palabra de Dios, los hechos del Profeta o la tradición. Pero el fenómeno no se restringe al ámbito religioso, cualquier doctrina, cualquier ideología tiene su fundamentalismo. Su secuencia es simple: nos oferta una versión, de lo que sea, pura, radical y sin fisuras, cuyo brillo debería inducirnos a la aceptación, para, después, pasar, sin más, a la imposición, si es que hemos sido tan cerriles como para caer en la duda o el rechazo. Todo ello, ignorando esa difusa, es verdad, pero imprescindible virtud que denominamos sentido común y que nos conduce a la no menos brumosa, pero deseable y ejemplar actitud de la moderación.


También hay, como no, un fundamentalismo democrático.

 En el agitado S.XIX español, en el ambiente de confrontación entre liberales (constitucionalistas) y absolutistas (serviles) circuló una letrilla que decía: «Trágala, trágala, / tú servilón, / tú que no quieres / Constitución». De las palabras a los hechos: ni una sola de las numerosas constituciones decimonónicas se redactó mediante un  consenso aceptable, unos las impusieron y otros las ‘tragaron’. Naturalmente en ambas tareas se fueron alternando, siempre con violencia, los diferentes grupos políticos.

Por las razones que sean el XIX español lo percibimos como sainete o esperpento, pero la Francia revolucionaria desembocó de lleno en la tragedia de manos del fundamentalismo. La Convención, periodo de radicalidad revolucionaria, produjo “el terror” democrático en su última etapa. Robespierre (“el Incorruptible”), juez prestigioso, hombre culto, inteligente y éticamente irreprochable lo llevó a sus últimas consecuencias hasta ser arrollado él mismo por la maquinaria de justicia popular ultrademocrática que había ayudado a levantar. Tampoco olvidemos que los fascismos y el comunismo soviético (en ruso asmbleario) son hijos del radicalismo democrático, bastardos quizás, pero hijos al fin y al cabo.

Cierto que predicar sentido común y moderación a las masas masacradas por la crisis es estúpido, injusto y tarea baldía. No en balde se levantan todas las revoluciones sobre el pedestal de la crisis económica. Sin la carestía, la escasez y el hambre no prosperan. Requieren siempre el combustible de la ira y la indignación, la evidencia lacerante de la injusticia. Los periodos de bonanza económica también lo son de sosiego político ¿Quién se acuerda de Sta. Bárbara si no truena?

Como ahora truena y caen chuzos de punta se nos ha hecho la luz, aunque sea la de los relámpagos: la transición fue una traición, el consenso un engañabobos, el Estado una farsa, las instituciones materia corrupta y la democracia representativa una falacia. Si los americanos, inventores de la democracia (cuando en España nadie discutía el absolutismo), tienen una constitución de más de doscientos años de edad, que con su pan se la coman, aquí hay que cambiar en cada generación (cualquier cosa que eso signifique). Si los británicos han construido uno de los países más democráticos del mundo después de haber inventado el parlamentarismo (¿cuánta ventaja nos sacan?), aunque tengan una monarquía (teocrática por más señas, y con boato faraónico), allá ellos, nosotros a lo nuestro, o sea, a hacer y deshacer. Y si la democracia asamblearia demostró ya sus limitaciones y contradicciones paralizantes, por ejemplo, en la revolución de los soviets (en ruso, asambleas), no tiene por qué alterar nuestra porfía adolescente de probar aquí también.

La actual generación con la frustración de habérsele quebrado un futuro que se suponía espectacular, quiere la democracia perfecta y tabla rasa para iniciar una nueva construcción. La democracia es conflicto y perfeccionarla no es eliminarlo sino habilitar los cauces para mantenerlo controlado. Somos humanos y nuestra carga es que podemos vislumbrar la perfección, aunque eso no exista más que en nuestra cabeza. Caer en el idealismo de proponerse conseguir el sueño tal cual, eso es fundamentalismo.

Lo que no sé es como llamar a lo que nos hace pensar que el mundo, la vida, la historia empieza con cada uno de nosotros ¿fundamentalismo generacional?

7 comentarios:

Lorenzo Garrido dijo...

Dices:
"Caer en el idealismo de proponerse conseguir el sueño tal cual, eso es fundamentalismo."
No estoy de acuerdo, eso no es fundamentalismo, es utopía.
En mi humilde opinión, llamas a toda oposición "fundamentalismo". Y así, cualquiera dice que el cambio no está bien.

Arcadio R.C. dijo...

Puedo entenderte, pero para mí la utopía es siempre algo irrealizable, por definición. eso significa la palabra, algo que está fuera de la realidad. La utopía es un horizonte que orienta nuestros pasos, pero intentar materializarla "tal cual" es caer en un peligroso idealismo. Es decir, fundamentalismo.
Es un tema apasionante y espero que tengamos ocasiones de debatirlo en más ocasiones.
Agradecido por tu intervención. Saludos.

Lorenzo Garrido dijo...

Los sueños también entran en lo irrealizable, como la utopía. Si los sueños se convierten en realidad, dejan de ser tales. La utopía es el horizonte que orienta nuestros pasos, y verla realidad es nuestro "sueño". No creo que esto tenga nada que ver con el fundamentalismo. A no ser que nuestra utopía sea en sí fundamentalista. Pero soñar con, por ejemplo, un mundo donde no haya guerras ni hambre es una utopía que no tiene nada de fundamentalista.

Arcadio R.C. dijo...

Parece evidente que tenemos puntos de vista distintos.
He releído el párrafo en cuestión y creo que expresa bien lo que quiero decir, aunque sin duda se podrá hacer mejor.
Un sueño no implica acción, el fundamentalismo es, a mi juicio, tratar de imponer mi sueño sin concesiones (yo decía “tal cual”). Hay una proposición anterior (“nuestra carga es que podemos vislumbrar la perfección, aunque eso no exista más que en nuestra cabeza”) que da la clave sobre el calificativo de idealismo que le sigue con una cierta carga peyorativa.
En cualquier caso, como te decía, dos puntos de vista diferentes que sin duda nos enriquecerá a ambos.
Saludos.

Lorenzo Garrido dijo...

Supongo que a todo el mundo le gustaría que le impusieran el 'sueño', sueño realizado por fin, de que no haya más guerras ni hambre en el mundo. No creo que a eso nadie lo llamara "fundamentalismo" solo por pretende imponerlo a todos.

Arcadio R.C. dijo...

Con toda cordialidad amigo Lorenzo, “que no haya más guerras ni hambre en el mundo” puede ser una jaculatoria, un bonito lema para el mural del aula de primaria en el día de la paz, la frase “humana” de la candidata a miss… en absoluto un proyecto político.
Me temo, además, que estamos jugando con las palabras. Utilicé “sueño” con un valor semántico distinto del que tu le aplicas.
Te sugiero que demos por concluido este pequeño rifirrafe constatando y aceptando que mantenemos puntos de vista discrepantes sobre la cuestión.
Saludos.

Lorenzo Garrido dijo...

No es un rifirrafe, es un intercambio de pareceres. Si te molesta mi desacuerdo, ya es otra cosa.
¿Por qué no puede formar parte de un programa político la lucha contra el hambre y las guerras? ¿Acaso no tenemos derecho los ciudadanos del mundo a ser felices? ¿Se han de ocupar los políticos solo de las estupideces y además decir que "lo hacen por nuestro bien"?
Del mismo modo que podemos soñar, e interpreta esta palabra en el sentido que te dé la gana, podemos tener aspiraciones legítimas, es decir, que favorecen a todos, no solo a unos cuantos, la élite de siempre.