El
catalanismo soberanista se zampa los siglos como rosquillas. De lo que hoy se
habla en Cataluña es de 1714 (Guerra de Sucesión) o de 1640 (rebelión de los
catalanes) y si me apuráis del matrimonio de Petronila y Ramón
Berenguer IV (S. XII), coyunda que inició la vocación peninsular catalana y
de cuando le viene la condición de principado, ya que como consorte de la reina
de Aragón el conde usó el título de príncipe. En cambio apenas si recuerdan algo
del XVIII para acá que no sea la lacra franquista; por cierto, soportada por
todos los españoles (y financiada por unos pocos, algunos de los cuales eran
catalanes y otros vascos), o aquella ocurrencia de Espartero de bombardear
Barcelona desde el puerto cuando la polémica proteccionismo-librecambio (los
industriales catalanes exigían proteccionismo, o sea, más Estado).
No he citado todavía el hito más popular en el ‘idilio’
Cataluña- España: la unión matrimonial de Isabel y Fernando (s .XV). En aquel
tiempo los monarcas no pertenecían a ningún territorio eran los territorios los
que pertenecían a los monarcas; los reyes a lo que pertenecían era a una
dinastía. En este caso −eran primos− la misma para los dos: la casa de Trastamara. El
matrimonio tuvo buen cuidado de no fusionar sus patrimonios; así que se trató
de una Corona con varios Estados que permanecieron independientes entre sí hasta
1714.
Fue una unión asimétrica: Castilla multiplicaba varias veces
el volumen demográfico y económico de la Corona de Aragón completa, de la que
Cataluña sólo era una parte. La ley de la gravedad también funciona en política,
así que el enorme peso de Castilla atrajo a los reyes a su territorio, a su idiosincrasia
y se produjo una identificación que hizo que Castilla adoptara la política
dinástica como propia. Política de la que los Estados periféricos se
desentendieron pero, como no se habían fusionado, tampoco la financiaron. Sólo
Castilla soportó el peso inmenso de la política imperial de los Austria
(sucesores de los Reyes Católicos). Precisamente la revuelta de los catalanes
en 1640 fue porque la corona intentó obligarles a participar (Unión de Armas) en
algo (la política exterior) que se entendía en beneficio de todos, en realidad de
la dinastía, que, desde luego, era común (la confusión entre intereses
dinásticos e intereses nacionales es mal de la época).
Los Decretos de Nueva
Planta (1707/1714) con los que se castigaba a los Estados de la Corona de
Aragón por su desafección en la Guerra de Sucesión estableció por vez primera
un Estado centralizado en los territorios de la Corona, con la excepción del
espacio vasco que había permanecido leal. Con la pérdida de sus libertades
medievales quedaban reducidos a provincias y liquidada la confederación en que
había consistido la Corona Hispánica desde el XV al XVIII.
Suceso lamentable para el catalanismo en seguida mitigado
por los beneficios de la nueva situación: por primera vez se abrían para
Cataluña los mercados peninsulares y coloniales. Este suceso unido a otros
factores permitió que desde el XVIII hasta nuestros días Cataluña fuera
incrementando su peso económico y demográfico relativo frente a Castilla,
arrasada por la fiscalidad, la emigración y la guerra endémica de los siglos XVI
y XVII.
La tardía industrialización no arraigó en muchos lugares,
pero uno de ellos fue Cataluña que se aseguró los mercados peninsulares gracias
al proteccionismo más o menos discutido y constante de los gobiernos de Madrid
(véase lo dicho arriba sobre Espartero). En el S. XX la situación económica y
demográfica con que se había iniciado la unión centralizada (S. XVIII) se había
invertido por completo. El centro de gravedad se había desplazado a algunos
puntos de la periferia: Cataluña y País Vasco los más importantes. Ahora la ley
de la gravedad trabajaba a su favor, atrayendo capitales e inmigrantes, aunque
la inercia política siguiera concentrando el poder en Madrid.
La II República y la Transición quisieron compaginar inercia
y gravedad inventando el proceso autonómico, que ahora se cuestiona. En el
intermedio Franco impuso de nuevo un furibundo centralismo en la toma de
decisiones, pero Cataluña no resultó perjudicada económicamente, sino todo lo
contrario, como es sabido.
La cuestión es: el peso de Cataluña empezó a ser importante
y su riqueza destacada desde que se produjo la unión definitiva en el XVIII,
con la pérdida de su constitución medieval, no al revés, como parecería
deducirse del discurso soberanista. El ‘España nos roba’, que a efectos de
balanza fiscal contemporánea resulta tan discutible, a nivel histórico no tiene
fundamento alguno, según demuestran los hechos.
2 comentarios:
Interesantes precisiones...
Un cordial saludo
Gracias por esta lección de historia que aclara muchas cosas de las que embrollan los nacionalistas.
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