21 sept 2014

Cultura basura

Hay comida basura, televisión basura… Vivimos la era de la basura. Aparte los detritus de millones y millones de toneladas de desechos materiales que asfixian a las concentraciones humanas agobiadas por la enormidad del consumo, es evidente que una buena parte de lo que hacemos o consumimos en forma de hábitos, espectáculos, fiestas… merece también el calificativo porque son perfectamente desechables. De esta categoría forman parte ciertas clases de alimentos y modos de alimentarse que tienen que ver con la intromisión de la industria en terreno tan vital o algunos programas televisivos cuyo leitmotiv consiste en hurgar y enturbiar la intimidad de sus víctimas o simplemente en mostrarla como espectáculo. Ambos son sólo parte de algo más amplio y comprensivo que podríamos denominar cultura basura.

Es fácil identificarla, pero ¿dónde están sus límites? He ahí el problema. Es evidente para casi todo el mundo, que no sea de Tordesillas, que el llamado Toro de la Vega es un festejo nefando. Nos recuerda demasiado aquella infancia en la España cruel, rústica y casposa de la mitad del siglo pasado, años arriba o abajo. El trato que se dispensaba a los animales en general era brutal, cuando no simplemente infame y salir en su defensa, suponiendo que alguien tuviera la ocurrencia, era cosa de sensibleros, maricas o extranjeros. Pasar el rato torturando a un animal era de lo más divertido, en todo caso, de lo más corriente. De aquellos polvos estos lodos: ahí quedaron esos testimonios para castigo de quienes quisiéramos olvidar aquella época con sus costumbres, y para escándalo de foráneos y nuevas generaciones. ¿Pero la frontera queda en Tordesillas, o habría que llevarla hasta Las Ventas o La Maestranza?

Otra cuestión no menos peliaguda es por qué a las gentes que protagonizan acciones de este tipo les parece estar viviendo y reviviendo una tradición ancestral e irrenunciable. La respuesta se resume en una palabra: identidad. El pueblo, el barrio, la comarca hace ostentación de su identidad, supuestamente manifiesta en tal tradición. En los últimos tiempos se ha desatado una fiebre por desenterrar tradiciones con que construir una identidad, y si no se encuentran se inventan (Hobsbawm reflexionó sabiamente sobre la invención de las tradiciones1). En efecto, pocas de entre el repertorio de tradiciones ancestrales de que hacemos gala se pueden remontar más allá de unas cuantas generaciones, desde luego casi nunca en su forma y magnitud actuales. Qué importa, la cuestión es contar con material suficiente para el rito identitario.

Creo que esta vez, como casi siempre, podemos achacar esta eclosión de tradiciones sacadas del desván colectivo o de memorias febriles a la acción culpable y solidaria de políticos y ciudadanos. Esperamos los ciudadanos de los políticos locales, regionales o nacionales que se identifiquen con el pueblo, que no significa otra cosa que compartir los rasgos de su supuesto carácter, de su ‘identidad’, participando costumbres y aficiones. Así, no hay político que no exhiba su fidelidad a un club de futbol, aunque le aburra el circo deportivo y futbolístico que inunda nuestros ocios desbordándolos; ni que renuncie a participar en cualquier festejo cívico-religioso, de tantísimos que anegan nuestras fiestas, aunque sea agnóstico de toda la vida y comparta, en teoría, el principio democrático de separación Iglesia-Estado; por lo mismo ¿quién se atrevería a eliminar, ni siquiera a emprender una acción pedagógica para la futura eliminación o transformación de unas fiestas que han alcanzado la condición de ‘tradicionales’, pero contienen elementos aberrantes y están en contradicción con la ideología que se profesa o con valores universales? Hay que respetar la ‘identidad’ aunque se vulneren derechos, se ignoren principios, o se exhiban comportamientos inhumanos.

Pues bien, eso es populismo, o sea, política basura.
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Eric Hobsbawm, La invención de la tradición. Crítica, 2005


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Mi más sincera felicitación por este gran artículo.

Simplemente Coherente !

Gracias