El
Sol, la estrella de la que dependemos absolutamente, es un horno nuclear que
algún día agotará su combustible. En ese momento todo el sistema solar habrá colapsado.
El mismo pronóstico se puede hacer extensible a la Galaxia. Cualquier
estudiante de secundaria sabe que el segundo principio de la termodinámica, que
constata el inevitable crecimiento de la entropía, pronostica la muerte térmica
del Universo. Podemos asegurar que nada hay sostenible en el Mundo, ni siquiera
el propio Universo, incurso en un derroche descomunal de sus propios recursos. No
sabemos si existen otros universos, despreciando la semántica del vocablo −la física es
lo que tiene−, pero éste parece tener los ‘días’ contados, según todos
los indicios.
Ahora que somos más conscientes de esto que nunca nos ha
entrado una preocupación compulsiva por la sostenibilidad en un afán, legítimo,
no digo que no, por alejar lo más posible el punto final. Desde un huerto de
tomates, pasando por la producción energética
y terminando por el desarrollo en su conjunto, todo ha de ser sostenible. Tratamos
de romper la contradicción entre el legítimo afán por la mejora material colectiva e individual
y la alteración del medio y agotamiento de recursos. Ahí es nada.
El debate sobre la sostenibilidad del desarrollo está hecho
a escala humana, en todos los sentidos; pero, visto lo visto, puede ser un
falso debate, o un debate en falso. Hagamos, antes que nada, alguna precisión:
¿Qué es el desarrollo sostenible? Aquel que «satisface las necesidades de la generación actual sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades»
responde el informe Brundtland presentado a la Asamblea General de la ONU en
1987.
Sin duda es una buena definición. La cuestión es –olvidando
la escala cósmica, que dejaremos ahí como un decorado inquietante− si tal cosa
tiene posibilidades reales de aplicación. Nada más intentar precisar qué son eso de
las necesidades nos encontramos ya con resultados problemáticos –al
mismo Diógenes
le costaba aquilatar(*)−. Si me lo preguntan a mí en este momento, estoy seguro,
pese a mi natural austero, que prescindiría de pocas cosas de las que me
rodean, incluido el ordenador en que escribo con toda la parafernalia
energética y tecnológica que lo acompaña; me consta que un prójimo de una aldea
en los alrededores de Dacca, por ejemplo, haría una exigua relación que, por lo
menos, me avergonzaría; pero, desde luego, ese último inventario sería un
potosí al lado del patrimonio, prácticamente igual a cero, de Lucy, la famosa australopiteca. Así
nos parece desde nuestro observatorio; pero, a todas luces, la abuela Lucy
vivió en la opulencia, al menos en la holgura, como demuestra que fuera capaz,
ya no de sobrevivir sino también de generar un linaje numeroso y voraz que a la larga ocupó el mundo y hoy amenaza con
engullirlo después de cocinarlo a su antojo, arrojando los restos al basurero
cósmico.
Buscando solución a dilema tan arduo sobre el desarrollo y
el medio ambiente y los recursos empezaron nuestros expertos con conciencia
ecológica por plantear el crecimiento 0, siguieron disociando crecimiento de
desarrollo, hoy ya hay quien se atreve a recomendar el decrecimiento y, rizando
el rizo, terminan algunos por la puesta en cuestión de si aquello de la
civilización fue algo realmente acertado (Zerzan, Futuro primitivo). Y es que en el comer
y el rascar… todo es empezar.
El asunto tiene morbo, porque es conocida desde tiempo
inmemorial la querencia de algunos especímenes humanos hacia la profecía catastrófica,
así que en una situación como ésta los agoreros proliferan como los hongos en
otoño. El resultado es la cacofonía, la dificultad para distinguir entre
predicadores y científicos. Muchos simplemente nos tapamos los oídos.
Que ahora dispongamos de más de ochenta años de media para
consumir, contaminar y alterar, y que seamos tantos que parezcamos, o quizás seamos,
una plaga es desde un punto de vista objetivo el corolario en la historia de
una especie exitosa. Las cosas son así. Es muy posible que muramos de éxito, lo
cual siempre será mejor que hacerlo de puro fracaso, suponiendo que en esto de
morirse haya mejor o peor.
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(*)
Viendo Diógenes beber agua a un niño que hacía hueco con las manos tiró su
escudilla por considerarla superflua.
1 comentario:
Un tema muy bien tratado...
Saludos
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