La constatación de que las elecciones se ganan en el centro
ha ido produciendo la concentración de opciones en ese espacio, reduciendo la
confrontación a un bipartidismo imperfecto. Lo bueno ha sido la estabilidad y
una cierta facilidad para la normalización democrática. Lo malo la hipertrofia
de los dos partidos que han colonizado espacios crecientes de la administración
con la penosa secuela de la corrupción. En resumen, la derecha radical ha sido
o absorbida por el PP o arrojada a las tinieblas extraparlamentarias; en la
izquierda se arrinconó a IU y se invisibilizaron
otras opciones, con la excepción de las izquierdas nacionalistas, tan
beneficiadas por la ley electoral como todos los nacionalismos periféricos.
El proceso se desarrolló
con el protagonismo de políticos, ciudadanos, instituciones... Ahora que la
crisis política ha estallado sólo se le ven incongruencias y deformaciones y todo
el mundo se desentiende de la obra colectiva: nadie estaba allí, y los que son incapaces
de negar la evidencia callan. Por eso, como es claro que los jóvenes físicamente
no estaban allí, aunque los individuos como agentes políticos personifiquen
intereses colectivos perdurables, se han convertido en actores indispensables
de la regeneración.
Personas jóvenes no significa ideas nuevas. Las ideas tienen
vidas más duraderas y fluidas que los individuos. En realidad los nuevos
protagonistas están construyendo su arsenal político en un collage con retazos hallados en el vertedero de la izquierda,
engrosado en los últimos tiempos por la ansiedad de encontrar el asidero que
impidiera el hundimiento que, como daño colateral, producía la prosperidad. Por
ejemplo, Podemos ha resucitado algunos andrajos organizativos del pre
estalinismo tuneándolos con las nuevas tecnologías y prácticas sociales en la Red
y presentándolos como novedosos y ultrademocráticos −sabido es que los
adjetivos que se adhieren al vocablo democracia solo sirven en realidad para
limitarlo o anularlo−. Los politólogos que acaudillan la organización saben además
que las sociedades del capitalismo avanzado, que ha desclasado a las capas
explotadas, y no por casualidad, son incapaces de sentirse atraídas por una
izquierda nítida que diagnostique la situación a la luz de la dialéctica de
clases. Así pues, han diseñado una estrategia y un discurso capaz de fascinar
no solo a los votantes de la izquierda, claramente insuficientes, sino también
a los que depositaban su papeleta en el centro, aunque su ADN ideológico esté
muy a la derecha... Y si hay que hacer malabares, se hacen.
Para ganar unas elecciones en el tótum revolútum que vivimos
puede ser una estrategia (¿estratagema?) acertada, pero no entiendo qué es lo
que está en la mente de sus dirigentes para ‘el día después’. ¿Cómo conservar a
la izquierda contentando a la derecha, o viceversa? ¿Cómo conseguir que el
cosmos neoliberal (Europa, mercados…) toleren la subversión en uno de sus
dominios?
No nos engañemos, los modos de la democracia son educados, amables,
civilizados y tolerantes, pero imposibles de utilizar con un programa radical y
un discurso incendiario. Si alguien nos hace ver lo contrario es que nos está confundiendo
con algún juego de manos. Puede ser divertido, pero es una faena para los
embaucados, para los colegas que mostraron las cartas desde el principio y, a
la larga, suicida.
Toma una carta y memorízala. Métela en el montón…
1 comentario:
Es un juego de trileros en el que, como dijo Galbraith: "para manipular eficazmente a la gente, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula"...
Saludos
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