Un vistazo a la Torá (Antiguo Testamento) nos deja
sorprendidos por el baño de sangre y la violencia en que se resuelve la epopeya
del ‘pueblo elegido’, no sólo tolerados, sino impulsados y, con frecuencia,
ordenados por Yahveh, el dios protector de los judíos, el dios padre de los
cristianos, Al-lah de los árabes. El “no matarás” de los mandamientos mosaicos no era obstáculo.
¿Cómo resuelven los fieles de hoy esta permanente incitación a la violencia y
al desprecio por los derechos de los demás, incluido el de la vida, de que
están plagados sus textos sagrados, leídos aún con veneración litúrgica en
todas las sinagogas del mundo? Sin duda las conciencias tienen recursos para
orillar tan graves contradicciones, con tal de que el truco no se haga explícito.
Colectivamente el Estado teocrático de
Israel disimula mucho menos, como todos sabemos. Los estados no tienen
conciencia ni frenos morales, salvo los que les impongan sus propias opiniones
públicas o las internacionales.
El cristianismo asume esta tradición así que comparte
contradicciones. Sin embargo el Nuevo Testamento parece estar en otra onda. Ahora
bien, desde antiguo y creciendo en la actualidad, existe una interpretación que
atribuye a Jesús una actitud violenta, al menos al final de su vida. Para ello
se aporta, entre otros, el
episodio del templo, que se interpreta como una provocación de cierta
consideración porque no es creíble que actuara en solitario y que la guardia del templo, los mercaderes y el público no replicaran; el
suceso del huerto, en el que por estar rodeado de seguidores armados, se precisó de una cohorte
(unidad militar de varios cientos de soldados) para prenderlo, si hemos de
creer los testimonios evangélicos; por último la muerte en la cruz (mors agravata) que Roma, un Estado de
derecho, reservaba exclusivamente para los sediciosos, es decir para los delitos graves contra
el Estado. Pero esta muerte infamante y la presunción de rebeldía no eran buena
tarjeta de presentación para captar seguidores en territorio romano,
especialmente después de la guerra judía (66/73), así que se hizo conveniente
la ocultación de los hechos más comprometidos y resaltar al tiempo los mensajes
de paz y concordia. Sabemos con certeza que algunos pasajes evangélicos tuvieron
esta intención manifiesta (la moneda del Cesar). Por último, la historia de la
Iglesia desde el S. III es una historia de violencia contra los disidentes, los
judíos, los musulmanes, las conciencias… Recordemos las cruzadas o, en la mitología hispanocristiana, cómo el apostol Santiago combatió junto a las huestes asturianas en la supuesta batalla de Clavijo, por lo que mereció el mote de Santiago Matamoros; antes, la Virgen en persona había aplastado, literalmente, a una tropa sarracena en Covadonga. Las protestas de paz y amor son también en este caso un sarcasmo.
El islam no mejora a los anteriores. El Corán alterna las
llamadas a la paz con el reclamo de la violencia, siempre que sea necesaria y esté
justificada, faltaría más. Pero, además, es que los musulmanes consideran los
dichos y hechos del Profeta como guía y modelo de comportamiento, complemento
de la revelación y prácticamente a su nivel, y la cuestión es que Mahoma no
solo no despreció la acción violenta sino que se organizó militarmente contra
sus enemigos de la Meca. Antes, en Medina (Yatrib) se hizo con el control
político usando de la fuerza contra los que se le resistían. Incluso con actos
de extrema violencia y crueldad, como la aniquilación completa de la tribu judía de Banu Qurayza, que se le había opuesto y que fue masacrada
nada menos que por sugerencia del arcángel Gabriel, según los testimonios de la
época. Así pues la gloriosa expansión del islam comienza con un flagrante
genocidio dirigido por el propio Mahoma y continúa con la exhortación explícita para la guerra (sura 8). Posteriormente los musulmanes mismos narran
la expansión de su doctrina mediante el uso de la guerra casi en exclusividad (tesis
que, curiosamente, la historiografía moderna pone en cuestión).
En el caso del judaísmo y el cristianismo, los fieles no
integristas, pueden intentar explicar las contradicciones flagrantes que he
expuesto como parábolas, símbolos o metáforas, que los exégetas se esfuerzan en
hacer creíbles. En el islam el ejemplo de Mahoma y los primeros musulmanes es
tan manifiesto que no admite la ocultación o el disimulo. En los tres casos
caben interpretaciones fundamentalistas, en el último lo verdaderamente difícil
es una interpretación light porque la
violencia y la guerra están en su origen.
2 comentarios:
Un artículo muy ilustrativo...
Saludos
Da que pensar y mucho. Es el problema de las religiones, usar valores de hace 2000 años en la actualidad
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