Después del patético fracaso de la última revolución
decimonónica, Cánovas del Castillo inició la construcción de un nuevo régimen,
la Restauración. Lo montó sobre un artilugio político importado del admirado
Reino Unido por su estabilidad secular: el bipartidismo y su turno pacífico en
el poder. El sistema había nacido de forma natural en las Islas resultado de su dialéctica
social y política y el éxito fue tal que llegó hasta nuestros días sin cambios
importantes. El problema es que aquí había que crearlo ex nihilo y eso llevó a Cánovas a fundar su propio Partido Conservador
y contribuir a que se creara un potencial oponente, el Partido Liberal, con la
complicidad de Sagasta. Después hubo que poner en marcha un mecanismo que
posibilitara el turno pacífico: cuando se consideraba oportuno, mediante
acuerdo explícito o implícito, la Corona retiraba su confianza al primer
ministro y procedía a encargar gobierno a un político de la oposición, que
disolvía las Cortes y convocaba elecciones. El nuevo ministro de la gobernación
(interior) ponía en marcha sus redes institucionales (gobernadores civiles) y
clientelares (caciques) para lograr el resultado previsto, la mayoría
parlamentaria para el nuevo gobierno. España no era Inglaterra.
El sistema, que nació corrupto, pero que sus creadores
pensaban iría educando políticamente a los españoles, se fue pervirtiendo progresivamente
y el gran cáncer político de España, el caciquismo, la política clientelar,
creó músculo y se extendió sin freno, instalándose como elemento imprescindible
en la idiosincrasia nacional. Esa fue la principal contradicción del sistema,
la otra que dejaba fuera de juego a las demás opciones: por la derecha a los carlistas;
por la izquierda a demócratas, republicanos, anarquistas, socialistas… Entre
ambas acabarían con él, traumáticamente como es tradición, pero algunos de sus
vicios han quedado incrustados en nuestros modos políticos hasta nuestros días.
Es la historia de un experimento fracasado, de un trasplante
que creó una situación grotesca y al final desembocó en una crisis de rechazo.
Un caso de menor entidad pero de igual condición es lo que
ocurre hoy con las primarias. Este procedimiento es de origen americano donde
el sistema de partidos es sustancialmente distinto del nuestro y en donde las
elecciones son una auténtica fiesta nacional y popular, porque allí la nación
nació con la democracia. Para que el sistema tuviera éxito aquí habría primero
que transformar los partidos convirtiéndolos en simples estructuras electorales
como ocurre en USA. Pero ¿es posible tal cosa en un sistema parlamentario como
el nuestro, con una constitución, con unos hábitos y con una historia como la
nuestra?
Los partidos que han importado el sistema, en un intento de
satisfacer al electorado, desencantado e indignado por la crisis, han caído en
un mar de contradicciones que están haciéndoles saltar todas las costuras. El
caso del PSOE es de libro: la contradicción entre candidatos elegidos por
primarias y las estructuras del partido amenazan su viabilidad. En IU ocurre
otro tanto (¿puede un partido de ascendencia leninista y el PCE, su alma, lo
es, funcionar con primarias? ¿Es un chiste o un milagro?). De hecho el partido
que presenta mayor solidez interior, pese a las rivalidades internas,
discrepancias ideológicas y diferencias de intereses que les presumimos, es el
PP, que se mantiene muy alejado de la tentación. Los partidos nuevos que
alardean de incluir estos procedimientos democráticos están por demostrar que
realmente es algo más que una triste y grotesca imitación, como aquella de la
Restauración. No lo sabremos con certeza hasta que no se acerquen al poder.
El argumento de que los candidatos elegidos directamente por
militantes y simpatizantes responden mejor a los intereses de los ciudadanos es
falaz; como muestra un botón: los socialistas indignados ante la destitución de
Tomás Gómez (elegido en primarias) gritaban airados la otra noche contra la
dirección federal (elegida en primarias): «ista, ista, ista, España tomasista»,
confundiendo España con la agrupación de Parla y a Tomás Gómez con un líder
nacional. Aparte la vergüenza ajena, el sentimiento de cualquier observador es
que habían perdido, si es que alguna vez lo tuvieron, todo sentido de la
realidad.
Sentido de la realidad es a lo que hay que recurrir cuando
se emprende cualquier reforma, para democratizar o para lo que sea. Puede
parecer difícil pero, caramba, sólo hay que controlar ciertas emociones y dejar
que funcione el cerebro.
2 comentarios:
Muchas gracias por la lección histórico-política, ahora medio comprendo ciertas cosas, como que eso de las "primarias" no solo no es garantía de nada sino que ni lo entendemos.
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