15 sept 2015

La política, estúpido

Una cosa es la incongruencia del nacionalismo y otra la necesidad política de tenerlo en cuenta en cualquier proyecto de convivencia. Es cierto, además, que muchas veces la oposición al nacionalismo viene impulsada por otro nacionalismo. La cuestión es de máximo voltaje político y hay que tratarla con cuidado exquisito. Lamentablemente cuando el nacionalismo se convierte en problema los ciudadanos oponentes suelen reaccionar con ira y dotarse de dirigentes inclinados a una inmovilidad pétrea o a soluciones drásticas, con poco uso del cerebro. Señal evidente de que lo que hay al otro lado es otro nacionalismo, otro sentimiento agraviado.


El teórico de la ciencia militar Clausewitz definió la guerra como «la continuación de la política por otros medios». Ciertamente la guerra empieza cuando se acaba el diálogo, el respeto a las normas establecidas para la salvaguardia de los derechos y para la convivencia. El abandono de estos medios nos lleva al uso de la fuerza para imponer nuestra voluntad. Porque de eso se trata, si se ha roto el diálogo ¿por qué ceder en nada? La modernidad nos ha enseñado que hay guerras calientes y guerras frías: en ambas hay confrontación violenta, aunque en la segunda el instrumento militar tiene sólo un valor disuasorio; pero en las dos la violencia, de cualquier modo que se ejerza, sustituye al diálogo, el respeto a las minorías desaparece y los derechos se minimizan. En esas condiciones la democracia, como la entendemos hoy, es imposible.

El franquismo se impuso tras una conflagración y pervivió cuarenta años ejerciendo la violencia en una supuesta situación de paz que no era sino una guerra fría que no se cerró hasta la Transición. Ningún proyecto político ajeno a la dictadura tenía oportunidad alguna, tampoco los nacionalismos, acallados por la simple represión, la ‘reeducación’ franquista y el soborno de ciertas clases que antes los habían liderado o sin cuyo concurso eran inviables. Hay quien prefiere volver a esta situación, tal cual o con algún retoque que la haga más digerible. Obviamente no sería una solución democrática ni de futuro.

Vivir en democracia desde la mayoría parece sencillo, pero hay que respetar a las minorías. En lo que se refiere a las nacionales existen precedentes aleccionadores en los países nórdicos, en la antigua Checoslovaquia, en el Reino Unido (Escocia) y Canadá (Quebec). Nuestro problema es que aún no hemos asimilado suficientemente las formas democráticas y que los líderes que más abundan son los que prefieren sacar provecho de los rincones oscuros de la conciencia ciudadana.

Que las regiones con más nivel de renta entiendan que las más pobres les roban por beneficiarse de ciertas partidas redistributivas me parece repulsivo (el ataque a Extremadura del presidente soberanista balear, supuestamente de izquierdas y sostenido con votos de Podemos y PSOE, es vomitivo); que hagan de ese infundado expolio el leitmotiv que justifica la secesión, una aberración. El nacionalismo es así, pero no se puede actuar como si no existiera. El hecho es que está ahí, se moviliza, gana adeptos y obtiene mayorías. La realidad no desaparece por ignorarla, hay que lidiar con ella si queremos cambiarla y para ello no hay otro instrumento que la política, ni la aplicación a rajatabla de la ley ni la violencia, la política. 

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Todo es negociar...

Saludos

jaramos.g dijo...

Apreciado Arcadio, comenzamos un nuevo "curso". El artículo es extraordinario, como todos; aunque, en mi modesta opinión, lo sería más aún si tuviera una segunda parte, en la que se apuntaran algunas formas de concretar esa política que se contempla como única solución. Porque yo no veo ningún respiradero por el que introducir factores de acercamiento: unos dicen "¡Independencia, y punto!". Otros "¡Independencia no, la ley lo prohíbe, no se hable más!". Las posturas son tan irreconciliables, que no permiten el más mínimo movimiento. Al menos hasta después del 27. Quizás entonces... Saludos, amigo.