Sacerdotes de la memoria llama Slomo Sand en La invención del pueblo judío a los
supuestos científicos creadores de historias nacionales. Clerecía más apegada a
las creencias que a las ideas dicen Arruñaca y Lapuente (El País, 4/9/15) que
son los intelectuales del nacionalismo, incluidos historiadores y muchos
auténticos clérigos de ambos sexos, exclaustrados o no. Después del futbol el
nacionalismo es el culto laico de más éxito en este país y el más peligroso. Un
culto que encontró un caldo de cultivo ocasional en la operación
descentralizadora que emprendió la Transición, acabada en fiasco por la miopía
de muchos políticos, la perezosa incomprensión de tantos ciudadanos y la tentación
populista, no sin originar por mil rincones de este país un afán por encontrar
irreductibles identidades detrás de cada giro lingüístico, de cada evento o
hábito folclórico; una carrera por situar la antigüedad o marcar la mayor
pureza, o el mayor mestizaje, según convenga, de pueblos imaginarios. En este
tiempo en que las naciones no se sabe lo que son y los estados se sabe que ya
casi no son, caemos en la paradoja de pelear por construir estados
liliputienses con naciones fantasmales, asentadas en relatos de historia
ficción y justificadas en agravios obtenidos en los espejismos que produce la
desertización del entendimiento (quizás esta sea la corriente de la historia:
liquidación de los estados desde dentro colaborando con la erosión que viene de
fuera, y entonces estaríamos en la cresta de la ola).
Lo sorprendente es que alguien se asombre del giro que han
tomado los acontecimientos, de la aceleración del proceso. Desde que un día, creo
que de enero del 2006, me abordara en la calle una entusiasta militante del PP
para pedir mi firma “contra Cataluña”,
o desde que poco tiempo después Alfonso Guerra, en uno de sus típicos y
estúpidos alardes de humor y cerrilidad política, alardeara de que el
Parlamento había “cepillado” el
Estatut y después de que literalmente se lo cepillara el Constitucional, yo
empecé a hacerme a la idea de que el final de esta historia no sería ni feliz
ni muy tardío.
Ciertamente el virus nacionalista es contagioso y letal. Hay
inquietantes muestras en Baleares, Valencia, Canarias, Galicia y otras, más
ridículas que preocupantes, al menos de momento, en Andalucía, etc., pero no
subestimemos el potencial de morbilidad del contagio. Los síntomas aparecen un
día y al siguiente se puede estar en la uci. El ejemplo catalán es
aleccionador: el seny se fue de
vacaciones y en un pis pas los vascos quedaron atrás.
Yo soy pesimista. Se han dado pasos difíciles de desandar y
ahora casi veo más fácil la secesión que otra cosa. Es una bobada intentar
asustar con la salida de la UE porque cualquiera puede inferir que si eso se
produjera sería de corta duración para la región más europea de la Península;
menos con hipotéticas catástrofes económicas: éste es asunto ideológico, de
creencias, y las vinculaciones con la economía no son nunca explícitas sino
subterráneas y derivadas en segunda o tercera instancia, difíciles de
evidenciar. Los secesionistas han visto la luz ¿Quién o qué podrá ya
detenerlos?
1 comentario:
No tienen calidad de Estadistas para hacerlo...
Saludos
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