La democracia también puede ser
tiránica. Sin el imperio de los derechos individuales y el respeto sagrado a
las minorías la democracia se manifiesta como una tiranía de la mayoría. Así la
percibieron y denunciaron algunos antiguos notables (Platón, Aristóteles…),
aunque ellos no acertaron a echar de menos los derechos ni de los individuos ni
de las minorías, se limitaban a constatar que no había color entre el gobierno
de los ilustrados (minoría) y el del populacho ignorante (mayoría). Por eso
clamaban contra la demagogia de los politicastros de la época que conducían al
pueblo como un rebaño, que es lo que significa la palabra, invirtiendo los
términos de la democracia. El perfecto demagogo debe convencer a los apacentados
de que se mueven por iniciativa propia, siguiendo
sus propios intereses y sin que nadie los arree.
Yo no logro distinguir entre
demagogia y populismo. Si acaso, en el populismo de izquierdas percibimos algo
que, con benevolencia, podríamos calificar de doctrina y que ha surgido en un intento de
declararse heredero de una izquierda moribunda. Se redime así, o lo intenta,
de ser pura táctica para conseguir y conservar el poder. Desde luego, sus
referentes ideológicos son cuatro charlatanes emergidos de las aguas del
postmodernismo y el postmarxismo; pero, ahí están. El populismo de derechas, la
otra demagogia, es más descarnado, es ágrafo y analfabeto. Su último engendro:
Trump. Tiene como precedente ilustre en la Europa reciente a Berlusconi y, en
España, aunque en tono menor porque no logró alzar vuelo desde lo local, a J.
Gil. Como se ve los primeros reclutan a sus líderes en los suburbios del
subempleo académico, los últimos son potentados histriónicos fogueados en el
mundo del espectáculo televisivo o deportivo. Los nichos ecológicos donde
prosperaron son diferentes (justificando en parte que se les apliquen los ya
venerables calificativos de izquierda o derecha) pero no sus objetivos,
coincidentes en la ambición de poder para satisfacer egos enfermos o necesitados
de revancha.
El populismo luce como
característica fundamental un maniqueísmo social puerilizante y peligroso que
mitifica a un sector, ‘el pueblo’ y demoniza a otro, ‘la casta’, sobre quien se
cargan todos los males. Y como a los delincuentes convictos se les priva de
ciertos derechos civiles no parece descabellado hacer lo mismo con esos otros
enemigos del 'pueblo', tanto más peligrosos porque gozan de libertad. De
cualquier forma, aunque no se consumara la pena de privación y todo quede en el
pensamiento, llegados a ese punto, ya tendríamos un sector presionado y
discriminado. Habríamos llegado a las puertas de la tiranía, pero seguiríamos
alardeando de democracia.
Dicen que lo peor de Trump es su
imprevisibilidad. En realidad es imprevisible cualquier poder político que se
haya obtenido por obra y gracia de la demagogia o el populismo porque nunca
sabremos si, enfrentado a la realidad, volverá a la racionalidad,
aunque sea en la forma más extrema de su opción, izquierda o derecha, o si nos conducirá por los caminos de la irracionalidad hacia el
desastre. El problema es que los demócratas, por una cuestión de principios,
nunca los frenarán con acciones extraordinarias, pero ellos, en cambio, tendrán
muchos menos escrúpulos para recurrir a la excepcionalidad ya que parten de la
puesta en cuestión o de la negación explícita del sistema.
Cuidado, que los votos los carga el diablo.
Cuidado, que los votos los carga el diablo.
1 comentario:
Un artículo muy bien desarrollado...
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