25 nov 2016

Rita, Lynch y Robespierre

Dice el DRAE que linchar es ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo. El origen del término es menos claro porque hay dudas sobre si procede del nombre de un despótico señor irlandés del XVII o de un plantador virginiano, luchador por la independencia en los finales del XVIII, Charles Lynch, que aplicó la justicia de modo expeditivo a personas que no habían pasado por otro tribunal que el de su estrecha conciencia. El cine americano nos ha familiarizado con la costumbre, que en el far west o en lo que hoy se suele denominar la América profunda fue práctica común sobre cuatreros, negros, etc.


Metafóricamente se puede aplicar a situaciones y prácticas comunes en nuestro tiempo. Lo que ha ocurrido con Rita Barberá es uno de estos casos; no el único, desde luego, pero sí el más espectacular por su desenlace fatal. ¿Quién puede descartar que haya tenido influencia decisiva en el infarto que ha acabado con su vida el brutal acoso de los medios, el escrache permanente, el abandono de sus camaradas, el desplome del cielo político al infierno mediático y escarnio público, antes de que ningún juez se pronunciara sobre sus responsabilidades? Otros políticos (pienso en Chaves y Griñán), en espera del pronunciamiento de la justicia, sufren ya una pena que sólo sirve para saciar un morboso afán de venganza de un populacho enfebrecido en su secta, una oportunidad de oro para opciones adversarias (dentro o fuera de sus partidos respectivos) y tarea para los medios tan necesitados en estos tiempos por la sobreabundancia de periodistas, la revolución tecnológica y la crisis. Todo con absoluto desprecio de la persona.

Hoy, después del impacto que produjo la noticia y cuando ya la muerte empieza a embellecer la imagen de la finada, no se oyen más que acusaciones cruzadas en un intento de sacudirse culpas, lanzándose el muerto unos a otros. También por rentabilizar la ola de compasión que ha producido la tragedia, todo hay que decirlo. Los que fueron más críticos destacan con mayor o menor tacto que fue protagonista política en medio de una vorágine de corruptelas, de las que, por cierto, nadie puede en puridad responsabilizarla penalmente sino el tribunal que instruye su caso y que hasta la fecha aún no se había pronunciado sobre el único delito que se le imputaba: blanqueo de mil euros.

Como ciudadano corriente detesto y temo a los corruptos, pero casi más a los puros de pulquérrima conciencia que se erigen en aseadores de la sociedad, que no vacilan en tirar la primera piedra seguros de su pulida ejecutoria. Robespierre fue uno de ellos, no demasiado malo sino demasiado justiciero, firme en sus convicciones e inamovible en su ética de revolucionario se llevó por delante a un buen número de conciudadanos que al parecer no daban la talla; desde luego no quisiera a nadie así por compañero, ni siquiera por vecino. Como alguna vez habré pagado o cobrado en negro, como  algún eurillo habré blanqueado o ayudado a blanquear, como es posible que me haya valido de algún enchufe o lo haya proporcionado… como no soy de palo, renuncio a la primera fila de los lapidadores. No justifico la corrupción, pero aborrezco la lapidación. Si acaso, si me viera obligado, algún pedrusco iría para Lynch o Robespierre, tan distintos en ideología pero igualitos en cerrilidad y crueldad.