Lo decían D. Hilarión y su contertulio en el famoso diálogo
zarzuelero: Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad. Investigadores del Instituto Max Planck han
descubierto que ya un niño de dos años se siente impulsado a seguir lo que hace
la multitud. Los resultados de la investigación, que se puede encontrar en la
revista Current Biology bajo la firma
del antropólogo Daniel Haun, parecen confirmar que la tendencia emuladora forma
parte de la carga genética de los homínidos. La verdad es que, aunque
reconforta, no necesitábamos tan prestigiada confirmación porque desde tiempo
inmemorial se suele decir ¿Adónde va
Vicente? Adonde va la gente. Siendo Vicente el anónimo ciudadano, o sea, el
niño de dos años en el experimento del Dr. Haun.
Pero, si bien la imitación es tan universal como ancestral,
lo que cambia en su práctica social es el objeto, el sentido o la dirección. He
leído en algún lugar que la palabra ‘esnob’ es un anglicismo que procede de snob contractura de la expresión latina sine nobilitate (sin nobleza), apunte
que se incluía en los libros de matrícula tras el nombre de los escolares de
origen burgués, que habían empezado a proliferar en los selectivos college británicos, a falta de un título
de nobleza que consignar. Al parecer estos colegiales solían imitar los modos y
las modas de los verdaderamente nobles con excesiva aplicación, lo que acabó
por dar sentido al vocablo moderno. La explicación, sea o no cierta, muestra
que la imitación es una tentación irresistible, aunque en este caso parezca a
primera vista que para distinguirse de la mayoría. En realidad en esos siglos
todos tenían como referencia el estilo de vida de los privilegiados, lo que
cambiaba eran las posibilidades de alcanzarlo por proximidad social, y como los
burgueses eran los mejor situados entre ellos el esnobismo cuajaba con éxito.
Un siglo después la burguesía, que se ha situado ya en la
cúspide social, se ha convertido de imitadora en imitada. Las imágenes que nos
han quedado de la primera mitad del XX nos muestran a unas clases populares
intentando imitar con dignidad las maneras y el atuendo burgués (chaquetas, sombreros…), por raído que fuera.
Por su parte la nobleza ya no se distingue en absoluto porque había adoptado
sin excepción los modos burgueses. Tan esnob eran unos como otros, pero, por
primera vez, una clase practica el esnobismo imitando los modos de otra
considerada inferior en el imaginario tradicional.
Es muy posible que el triunfo (relativo) de la democracia y
su consolidación definitiva (esperemos) en Occidente, con la ascensión de la
igualdad al cielo de los valores, haya sido el detonante que produjo, desde el
último tercio del XX hasta nuestros días, la explosión en la informalidad de
las modas, cambiando por completo la dirección de la imitación; todo el mundo copia
a las clases populares cuyas manifestaciones se elevan como referentes: moda
grunge, movimiento hip hop, música rap,
graffiti…
Se me ocurre que lo que corresponde en política a esta nueva
usanza es el populismo que hoy arrasa, en sus diferentes modalidades, del
Ártico al Mediterráneo, de la Tierra de Bafin a la Tierra del Fuego. Sus líderes
adoptan con descarado esnobismo la imagen de aquellos a quienes llaman con vocación de totalidad,
el pueblo, la gente: grunge para los populistas de izquierdas; traje de
ejecutivo de medio pelo y aspecto estereotipado de ario, pelo oxigenado, etc.,
para los de derechas. En todo caso una impostura que, por mucho que esté
grabada en el ADN, podríamos tener ya la fortaleza de neutralizar, tan mayorcitos
que somos como especie, y lo que sabemos, medie el Dr. Haun o no.
¿Será moda pasajera o habrá venido a quedarse por algunas
décadas? Cuando se marche ¿cómo habremos quedado?