Tengo para mí que el
declive de la socialdemocracia, que se evidencia ya por todas partes, tiene por
causa principal el éxito. Muere de éxito. Es decir, alcanzó sus objetivos y, a
estas alturas, en estas circunstancias y con aquellos mimbres ya no encuentra
curro.
Es una obviedad decirlo, pero la
socialdemocracia es un fenómeno propio de la modernidad: necesitaba del seno placentario
que proporcionaba el liberalismo pre o protodemocrático. La existencia de una clase
obrera numerosa y de ciertas libertades individuales, políticas y de mercado
fueron las condiciones para que surgiera un movimiento emancipador con un
proyecto de sociedad con fundamentos científicos, como el socialismo. Los numerosos precedentes que se suelen aportar, desde la antigüedad a los tiempos modernos, no son válidos sin más. Quiero
decir que no es oro todo lo que reluce, porque ni Espartaco tenía un proyecto de
sociedad antiesclavista ni ningún líder de los múltiples, y muchas veces
sangrientos, disturbios igualitarios bajomedievales o premodernos hubiera
existido fuera de la iglesia y sin el combustible de cierta mitología cristiana alimentadora de esos movimientos, que eran “pobristas” (renuncia a los bienes materiales, voluntaria o forzosa, siguiendo un supuesto mandato evangélico) más que liberadores; lo que no quita para que deban ser analizados como expresión de la lucha de clases en el esclavismo, el feudalismo o el precapitalismo.
El socialismo fue pues fruto
decimonónico pero la oportunidad de la socialdemocracia vino con el triunfo de
la revolución de 1917 en Rusia. El socialismo tuvo que elegir entre seguir la
estela del bolchevismo u optar por una vía reformista. Los que apostaron por la
segunda se vieron favorecidos por los vientos de la historia, porque al tiempo
que el capitalismo se consolidaba tras la segunda guerra mundial bajo la hegemonía
americana, la amenaza a la paz social procedente del otro lado del “telón” forzó
la síntesis capitalismo liberal – socialdemocracia, cuya gran obra fue el
Estado del bienestar y un gran salto en los derechos y la perfección
democrática.
Los instrumentos que se pusieron en
juego y las políticas aplicadas, por frustrantes que les parecieran a los que
las vivieron, convirtieron a las masas obreras en clases medias el tiempo
suficiente como para que cuando la crisis volviera a pauperizar a un buen
sector de ellas no reaccionaran recurriendo a las tradicionales armas
políticas, sindicatos y partidos obreros, de eficacia probada, sino, como ha
sido siempre propio de las clases medias, hacia los radicalismos de extrema izquierda o derecha y nacionalistas; o sea, populismos de variado pelaje, que básicamente representan a indignados, rabiosos y exaltados, propensos a tirar por la calle de en medio y con dificultades para el análisis racional con frialdad y ponderación.
El éxito había enajenado a la socialdemocracia de sus propias bases.
El éxito había enajenado a la socialdemocracia de sus propias bases.
2 comentarios:
Un artículo magistral ...
Saludos
Una visión muy clara del panorama.
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