Cuenta el neurólogo Oliver Saks1 que recordaba cómo de niño, llevado de la mano de su padre, caminaba por las calles del Londres bombardeado durante la guerra, sorteando escombros y envuelto por el olor a quemado que desprendían los restos de los incendios. Lo curioso del caso es que comentándolo con unos familiares le aseguraron que sus padres lo habían llevado fuera de Londres antes de los bombardeos y habían permanecido lejos de la ciudad durante toda la guerra. Era un recuerdo falso, fabricado en su cerebro sabe dios con qué estímulos y por qué necesidades. Y es que la memoria es así de leal con nosotros acudiendo a nuestras demandas y así de desleal con la realidad. Crea recuerdos, borra otros, modifica, transforma, embellece… Nuestra memoria es el pasado pero acomodado a las necesidades del presente: es el pasado que necesitamos, no nuestra historia.
Por eso la polémica y, de hecho, ya decaída ley
de Zapatero denominada de la memoria histórica es un oxímoron, desde un punto
de vista lingüístico encierra una contradicción en los términos: si es memoria
no es historia. La memoria es pura subjetividad, la historia, en cambio, para
merecer tal nombre, ha de buscar con ahínco la objetividad. Claro está que la
memoria puede ser utilizada como fuente de la historia pero nunca sin
contrastar y sin una crítica minuciosa y delicada. Después del parón que sufrió
dicha ley durante los gobiernos del PP Sánchez la vuelve a resucitar en una
secuela: Ley de la Memoria Democrática, de la que, es de agradecer, desapareció
el término histórica. Comprendo la
necesidad de ambas leyes y comparto, con matices, su oportunidad y alcance, pero
me pronuncio por no usar el nombre de la historia en vano.
En vano y con alevosía se hace uso de la
historia desmontando o atacando monumentos a Fray Junípero Serra2,
Cristóbal Colón3 o Hernán Cortés, cambiando nombres del callejero o
exigiendo disculpas públicas a un Estado por acciones de hace quinientos años4.
El pasado que queremos, necesitamos o nos conviene no es la historia. En ¡Colón al
paredón!, Letras Libres, Christopher
Domínguez concluye su interesante artículo con esta reflexión:
Uno de los grandes logros del siglo XXI, el
poner a los derechos humanos en el eje de la filosofía moral, se convierte, al
aplicarse retrospectivamente, en la sustitución de la historia por la beatería
de los poderosos, sean los talibanes o se trate de la izquierda conservadora
que gobierna en México. En el fondo, quien dinamita los budas gigantes de
Bamiyán o esconde la estatua de Cristóbal Colón responde, en proporciones hasta
ahora distintas, al mismo principio, el del fanatismo.
Al Cesar lo que es del Cesar… y a la Historia
lo que es de la Historia. El totum
revolutum con que algunos espabilados nos presentan la política y la Historia
sólo nos puede conducir a un sueño de la
razón, que satirizara Goya, de nefastas e imprevisibles consecuencias.
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1 El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero. Saks, Oliver. Anagrama. 2008.
2 En
junio de este año fueron dañadas varias estatuas de Fray Junipero en Los
Ángeles.
3 La jefa de gobierno de la Ciudad de México mandó
retirar en la víspera del 12 de octubre, la estatua de Cristóbal Colón del
Paseo de la Reforma.
4 El presidente de México López Obrador ha demandado del
gobierno de España que pida perdón por la conquista de México, aprovechando la
celebración del quinto centenario.
1 comentario:
Me ha encantado esa diferenciación entre memoria e historia. Evidentemente nuestra memoria es un instrumento al servicio de nuestra conveniencia, aunque a veces se vuelva contra nosotros cuando no podemos dominarla.
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