La doctrina económica al uso considera al PIB (Producto Interior Bruto) el indicador más fiable para determinar la salud de la economía de un país. Es el índice con el que medimos el crecimiento, basta comparar el actual con el de referencia que elijamos. Pero el PIB no es bueno para medir el grado de bienestar, de hecho no cuenta con instrumentos para evaluar la degradación del medio ambiente, el agotamiento de los recursos y otros elementos que inciden en la felicidad de las personas. En 1998 se tomaron medidas de desregulación del mercado inmobiliario liberalizando el uso del suelo con la intención declarada de que el mercado acabara poniendo en su lugar al precio de la vivienda. Sin embargo el mercado eligió la vía especulativa: se construyeron más viviendas que en Francia, Gran Bretaña y Alemania juntas; se avanzó en la destrucción del litoral mediterráneo aún más si cabe que en el pasado; se fabricó la burbuja inmobiliaria, cuya destrucción nos prepara hoy una bonita crisis económica; no solucionó el problema de la vivienda ya que sigue siendo inaccesible para los que la necesitan a la vez que hay millones de ellas vacías. Eso sí, el PIB subió espectacularmente, según el famoso indicador somos más ricos. El objetivo declarado, poner viviendas al alcance de la gente, no se cumplió, pero sí otros no declarados, incrementar astronómicamente la tasa de ganancia de las empresas del sector y las que giran en su entorno, como la banca.
Ocurre que en estos años de crecimiento la proporción del PIB que corresponde a los salarios no ha aumentado, pero sí, y mucho, la que corresponde al capital. He leído por ahí que el incremento en las remuneraciones de los ejecutivos ha crecido en un 600%, en algunos casos más de 1000. ¿Quién creéis que se apretará el cinturón ahora que vienen las vacas flacas?
Crecer ¿para qué? Es necesario encontrar un nuevo paradigma económico que sitúe el objetivo del bienestar sobre el de simple crecimiento. Hay signos y desde luego oportunidades. Las Naciones Unidas a través de su programa para el desarrollo, PNUD, ha patrocinado la elaboración de un nuevo índice denominado Índice de Desarrollo Humano (IDH) con la pretensión de que vaya sustituyendo al PIB, inservible para una economía cuyo objetivo sea el hombre.
La gran oportunidad la crea la propia crisis. Es ya una evidencia que la crisis financiera se está transformando en productiva. Todos los gobiernos de los estados-nación y los macrogobiernos de las entidades transnacionales tienen la oportunidad de aplicar medidas que no tengan sólo el miope objetivo del crecimiento, que no resuelve los problemas de la gente y que conduce al calentamiento del planeta, la degradación medioambiental y el agotamiento de los recursos. Es necesario encontrar la fórmula del crecimiento cero, o incluso decrecer, aumentando el bienestar.
Para eso hay que tener claro el objetivo: el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario