No ocultemos lo que realmente interesa. El debate de los residuos nucleares puede esperar; lo del empadronamiento de los sin papeles empieza a estar manido; lo de Haití, por penoso que resulte, está entrando en fase de normalización; hay otras cuestiones que son de largo recorrido, como el paro, pero eso mismo autoriza a postergarlos; nada justifica sacar asuntos a cada paso para tapar otras cuestiones de rabiosa actualidad. Hoy el tema que a todos nos preocupa es la nariz de Mtiliga y el codo de Ronaldo, porque, vamos a ver, ¿fue el codo a la nariz o la nariz al codo? ¿Hay codazo o hay narizazo? Y aunque la responsabilidad fuera del propietario del codo ¿merece la roja, la amarilla, una simple amonestación o una sonrisa condescendiente? No olvidemos que se trata de Ronaldo y a Mtiliga (vaya nombre para un danés) lo encontramos en la calle, como aquel que dice. Alguien, con excelente criterio, ha apuntado que se trata de un caso flagrante de defensa propia; todo el mundo sabe lo agresivas que se pueden poner algunas napias.
Los periodistas deberían hacer un monumento al apéndice nasal, pocos órganos dan tanto juego (bueno hay otro anexo anatómico que también da mucho que hablar pero hasta parece que ese depende en su tamaño del de la nariz, o eso dicen). Apenas se habían disipado los ecos de la nariz de Belén Esteban, presentada recientemente en público con gran alarde mediático y general aprobación (aunque, dicho sea entre paréntesis, a mí me parece algo torcida) cuando nos sorprende este otro gran suceso nasal. De hecho la literatura, no necesariamente la noticiosa, se ocupó siempre de las narices: recordad el hermoso soneto que empezaba Erase un hombre a una nariz pegado(1), con el que nuestro inmortal Quevedo asaeteaba a su odiado Góngora; o aquel cuento, La Nariz(2), de Nicolai Gogol, en el que se narra como de manera incomprensible el asesor colegiado Kovaliov perdió su nariz, que deambuló a su antojo por las calles y paseos de San Petesburgo ataviada como consejero de Estado, hasta que de manera igualmente sorpresiva volvió a la cara de su dueño, de donde nunca debió haber salido; incluso el divino Ovidio adornó su nombre con el apodo de Nasón (narigudo), Pluvio Ovidio Nasón. El prestigio de la nariz como elemento literario llevó a Collodi a convertirla en precursor del detector de mentiras en el rostro de Pinocho, para castigo y escarmiento de generaciones de niños.
Pero no nos desviemos, el asunto que nos ocupa además de una nariz tiene a Ronaldo como protagonista y eso son palabras mayores. Es como si se hubiera producido una conjunción astral insospechada, nada debería desviar nuestra atención del suceso hasta su agotamiento, si es que eso puede ocurrir alguna vez, y, sin embargo, algunos periodistas sin escrúpulos y apenas sin profesionalidad (afortunadamente una minoría) tratan de bombardearnos con noticias paparrucha cuando está en candelero un asunto de este calibre ¡Tiene narices!
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(1)Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado:
Era un reloj de sol mal encarado;
Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz de sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto,
Las doce tribus de narices era;
Érase un naricísimo infinito,
Frisón, archinariz caratulera,
Sabañon garrafal morado y frito.
(2)Leerlo en esta dirección: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/gogol/nariz.htm
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