No es que quiera dar la murga con la memoria histórica es que hoy tengo lentejas.
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Digan lo que digan ni los cangrejos caminan hacia atrás, lo hacen de lado, por chulería, porque el cuerpo se lo pide o vaya Vd. a saber por qué, pero nunca hacia atrás. Somos nosotros los únicos que lo hacemos sin siquiera despeinarnos: una francesa de nacimiento, convertida al islam, se ha puesto un nikab con el que no se le ven ni las pestañas y se ha casado con un fulano nacionalizado que tiene otras tres mujeres. La detuvo la policía por conducir envuelta en demasiados trapos y se supo el pastel. ¿Cuál será el desenlace? ¿Se quitará el nikab para conducir, o el cuarto de marido del que disfruta le prohibirá coger el coche? Me inclino por esta última solución, más coherente con el síndrome del cangrejo.
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El hiyab no plantea problemas de tráfico rodado, pero sí de tránsito por las aulas. Preocupados los profes porque los/las adolescentes mostraran respeto en los lugares públicos y cerrados manteniendo desnuda la cabeza, como ha sido tradición entre nosotros, elaboraron reglamentos que impedían toda clase de tocados. ¿Quién iba a pensar en un conflicto entre normas y conciencias por tal motivo? Pero ahí está Najwa y su hiyab. Aunque tendría algunas preguntas que hacer a su papá, a su mamá, al instituto y a ella misma, me atrevo a afirmar que esto es una solemne majadería: por la incapacidad de los padres, que no saben que es lo mejor para que su hija se eduque sin traumas; por la torpeza del centro que olvidó que el reglamento sirve para evitar problemas, no para crearlos; por el empecinamiento de la niña, adolescente ella, que no valora la trascendencia social de su interés personal; por mi personal estupidez que estoy perdiendo el tiempo tratando esta bobada.
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