La idea de una unidad peninsular completa, iberismo, se ha abierto camino en los últimos años al haber sido recogida por algunos intelectuales, como Saramago, y por otras circunstancias, hasta el punto de que una encuesta, realizada por la Universidad de Salamanca en colaboración con instituciones portuguesas en años sucesivos y en los dos países, ha venido dando resultados favorables crecientes, más en Portugal que en España.
Pero ¿cómo empezó nuestra historia separados?
En el siglo XI, Alfonso VI, rey de Castilla, León y Galicia, casó a su hija Teresa con Enrique de Borgoña, noble franco que había acudido a Castilla a prestarle ayuda en su política expansiva frente a moros y cristianos y a hacer de paso fortuna, o quizá al revés; la dote fue el condado de Portucale, vinculado al reino de Galicia. El borgoñón y su viuda actuaron en sus tierras con gran autonomía, pero su hijo Alfonso Enríquez se autoproclamó rex, emulando a su bisabuelo Fernando I en Castilla y al hermano de éste, Ramiro I en Aragón; tradición de familia.
Alejamientos, aproximaciones y desenlace:
• En el XIV Juan I de Castilla casi consigue la corona lusa por su matrimonio con Beatriz de Portugal, pero fracasó militarmente en Aljubarrota (1385), suceso que se convirtió en emblemático para el posterior nacionalismo portugués.
• La crisis dinástica castellana del siglo XV se libró entre Juana, hija del rey Enrique y su hermana Isabel, la futura reina Católica, que tuvieron respectivamente la ayuda de Portugal y de Aragón; el azar se inclinó por Isabel y Aragón, prefigurando la unidad de la futura España, sin Portugal.
• En 1500 murió Miguel, por breve tiempo heredero de las tres coronas (Portugal, Castilla-León y Aragón), ya que era nieto de los RR.CC e hijo de Manuel I de Portugal. Otra ocasión frustrada.
• Ochenta años después Felipe II logró por fin la corona portuguesa a causa del agotamiento de la dinastía de Avís y por ser hijo de Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, el Emperador. La unión se prolongó hasta el reinado de Felipe IV (60 años).
• En 1640, la crisis económica y la crisis bélica arrastraron a la monarquía a una descomposición institucional que tuvo su momento más grave en las sublevaciones de Cataluña y Portugal; el resultado fue la independencia del último, pero no de Cataluña. El desenlace inverso también habría sido posible.
Como se ve el protagonismo es de las dinastías, que actúan tratando a los territorios sobre los que ejercen soberanía como patrimonio de familia, que lo eran, de ahí las divisiones y reagrupaciones sucesivas; los pueblos, si acaso, aparecen como comparsa. Por eso basar el orgullo nacional en tales sucesos es además de irracional, ridículo, pero esa es otra historia. Hay por último un penoso suceso, por lo tardío, protagonizado por el ministro Godoy, un trepa de opereta, ya en el XIX, que llegó a pactar con Napoleón, un arribista de gran concierto, el reparto de Portugal, con trágico resultado para España.
Como afortunado contraste, este mismo siglo vio nacer el iberismo, movimiento que tiene facetas progresistas y dinásticas a un tiempo, pero en el que los protagonistas surgen del pueblo consciente e ilustrado. La revolución liberal coqueteó con la idea desde momentos tan tempranos como las Cortes de Cádiz, durante el exilio, en el Trienio Liberal, y tras el estallido de la Gloriosa (revolución de 1868), proponiendo soluciones dinásticas, en las que siempre se sustituía a los Borbones por candidatos portugueses. Paralelamente surgió un movimiento, casi políticamente neutral, con fuerte contenido cultural y económico que tiene su origen en el aventurero y diplomático catalán Sinibaldo de Mas, pero que encontró mucho eco en Portugal donde se editaron varios periódicos por la causa, alguno de ellos bilingüe. El republicanismo tanto portugués como español recogió la idea muy pronto (Nogueira, Sixto Cámara, Pi i Margall) y de ahí pasó al obrerismo especialmente anarquista –la Federación Anarquista Ibérica (FAI) fue la más influyente organización obrera iberista–. Teófilo Braga uno de los padres de la república portuguesa fue un convencido y minucioso constructor y difusor de la idea en los albores del siglo XX. A partir de ahí el desafortunado transcurrir político de ambos países con el ultranacionalismo de las dos dictaduras fascistoides de Franco y Salazar enterraron el proyecto, aunque ambos dictadores firmaran un fantasmal Bloque Ibérico, que sólo contenía retórica.
Es natural que la democracia y la constatación de que en la UE sólo los grandes hacen oír su voz, resucitaran la utopía. No hay que olvidar que el resultado sería un país próximo a los sesenta millones de habitantes, comparable a Italia o Francia, con más de 70 escaños en el parlamento europeo. Por otra parte la evolución económica ha superado afortunadamente la tradicional postura de ignorarse mutuamente, hasta el punto de que hoy España exporta a Portugal más que a toda Hispanoamérica, y somos su principal cliente y proveedor.
¿Merece todo esto olvidar Aljubarrota?
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En la imagen la bandera que Sinibaldo de Más ideó para la Unión Ibérica, con los colores de España y de la monarquía portuguesa.
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1 comentario:
Sin pararme a pensarlo demasiado y sin mucha información al respecto sobre ventajas en inconvenientes, confieso que me gustaría que la nación contigua y la nuestra fueran una sola. Es algo sentimental. Me gusta mucho ir allí, me siento como en casa. Etc. Excelente artículo, enhorabuena. El tema me interesa y desde hoy sé más gracias a ti.
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