Hay un elemento en la anatomía humana que no es resultado de la lenta y enjundiosa aplicación de los genes sino de una manipulación post parto: el ombligo. No por eso menos apreciado que otras partes; es más, por su ubicación privilegiada se ha convertido en metáfora de todo lo que es central o en la quintaesencia de nuestro yo (mirarse el ombligo significa ensimismarse en nosotros mismos). Todo ello contrasta con la insignificancia de su aspecto y la inutilidad de su existencia, una vez arrojados al mundo. Pero más aún sorprende que sesudos teólogos y pensadores de toda laya lo convirtieran en objeto de polémica: ¿Tenían ombligo Adán y Eva?
El Génesis narra en dos lugares la creación de nuestros presuntos padres primigenios (1.26-31 y 2.7-25), pero de forma contradictoria: en el primero Dios los crea a su imagen y semejanza, a ambos a la vez y después de haber creado a los demás seres vivientes; en el segundo no habla de semejanza con Dios, los crea por separado (primero Adán y después a Eva de una de sus costillas) y preceden a los otros vivientes. Quizá la confusión se deba a que el relato que conocemos es la fusión poco cuidadosa de dos o más textos o narraciones diferentes. Esta rareza de Dios de no ponerse él mismo a la tarea y utilizar escribas vicarios, que, a la vista está, eran unos mantas, trae pésimas consecuencias (lo de Mahoma fue aún peor porque el pobre no sabía escribir y tuvo que largar todo de boquilla para que escribieran otros). Pero dejemos esos temas a los estudiosos de los textos sagrados, lo que aquí nos importa es que en ambos casos se afirma que no nacieron como los demás humanos, sino de las manos del creador, de donde cabe deducir que sus vientres carecían de accidente alguno. Lo debatieron largamente los teólogos mientras que los artistas de la Edad Media y el Renacimiento los representaron unas veces con y otras sin. En el aspecto artístico la cuestión pareció zanjarse después de que Miguel Ángel representara a Adán en la Capilla Sixtina con ombligo; en el aspecto polémico el asunto coleó hasta el XVIII con resultado más bien contrario.
Hay fundamentalistas contemporáneos, partidarios del diseño inteligente, convencidos de que los primeros padres lucían hermosos ombligos en su abdomen, lo deducen de algunos datos importantes: la evidencia del registro fósil, que parece dar testimonio de vida y de especies desaparecidas mucho antes del tiempo en que, según la Biblia, fue creado el mundo(1); la certeza de que los animales que Adán bautizó tendrían que mostrar en sus cuerpos maduros las huellas de un crecimiento que no se había producido porque acababan de ser creados, así como los árboles del paraíso que deberían contener anillos de crecimiento en sus troncos, aunque no hubieran crecido nada. Dios habría creado el mundo como algo en funcionamiento. Pero, ojo, si se ocupó de dejar pistas falsas que dieran la impresión de una evolución, condición del movimiento, sin siquiera olvidar una buena cantidad de coprolitos (excrementos fósiles), ¿quién nos puede asegurar que la creación no se produjo hace sólo unos años y el registro de nuestra memoria no es sino una de esas piezas de la divina puesta en escena?
La Iglesia de Roma tiene un modo más digerible de enfrentarse a la ciencia (aceptemos que lo de Giordano o Galileo fue un tropiezo que no se repetirá), por eso ha dejado medianamente claro que no se opone al evolucionismo(2). Reconoce que el relato del Génesis puede tener un valor simbólico, o mítico, no sé muy bien. Lo que sugeriría la narración, dice, es que en un momento determinado, cuando la evolución natural había logrado un prototipo de homínido aceptable, Dios le insufló el alma. Eso está bien, pero desemboca en otra cuestión inquietante: el primer hombre completo (cuerpo y alma) fue engendrado, alumbrado, amamantado y criado por un animal, mamá bicho. No sé como asumir este hallazgo, tendré que consultar de nuevo a mi teólogo personal porque yo sigo estando hecho un lío con las vueltas y revueltas que presenta el nudo umbilical. (3)
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1 El obispo Ussher determino, a mediados del XVII, después de un profundo análisis de los datos bíblicos que la creación se produjo el año 4004 a. de C.
2 Encíclica Humani Generis de Pío XII y diversos textos de Juan Pablo II.
3 Me ha inspirado, y algo más, este artículo el libro de Martín Gardner ¿Tienen ombligo Adán y Eva? La falsedad de la pseudociencia al descubierto. Ed. Debate, Barcelona 2001.
1 comentario:
Curiosa polémica. Tal vez tan gratuita como esta otra, de parentela tomista, que recuerdo de mis años de estudiante (concretar de qué asignatura ya sería demasiado): "Utrum angeli mingant". Saludos, amigo.
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