La vida es difícil y complicada. Si estuviera uno sólo en este mundo sería aburrido, pero, a cambio, es probable que no conociéramos la indecisión y el arrepentimiento; sin embargo, así, limitando con un prójimo por cada punto cardinal, las cosas se complican hasta el infinito: cualquier decisión que tomemos nos puede venir, de vuelta, convertida en lo contrario de lo que proyectamos. Por ejemplo, la última vez que recuerdo que un país se hartó de sus políticos y del sistema de partidos fue la Italia preberlusconiana: empezaron a renegar de los partidos tradicionales, que se lo merecían, a desmontar cosas, que estaba bien pensado, y a reclamar algo nuevo, que tenían derecho, y, no sé si es que la receta era mala o qué, pero ahora tienen a Berlusconi, el tipo se les coló enseñando un carnet que por una cara decía apolítico y por la otra sin partido. El movimiento democracia real ya, posee toda mi comprensión, simpatía y solidaridad pero me va a tener todo el día con el pescuezo estirado oteando por Carretas, Alcalá o Tetuán por si descubro la geta engominada de Don Silvio.
Cuenta una conocida anécdota que Franco aconsejaba a uno de sus ministros: «Haga Vd. lo que yo, no se meta en política». No es que el dictador fuera tonto o ignorante, que también, es que la derecha no considera política a lo que ella hace, porque entiende que es simplemente lo que hay que hacer. De ahí que cuando alguien la niega (la política) nos recorra un escalofrío por el espinazo. Por otra parte, la democracia moderna ha funcionado desde su inicio usando a los partidos de intermediarios: han sido más difusos, como en sus comienzos, poco vertebrados, como en USA, o más rígidos y disciplinados, como en Europa, donde adoptaron el modelo de la socialdemocracia alemana, pero siempre existieron. Sin ellos caben dos opciones: sustituirlos por un líder carismático que interpreta la voluntad popular (fascismos), con lo que se sale de la democracia; o el régimen asambleario, que se dio en contados momentos históricos: la democracia ateniense (S.V a. de C) con un número restringido de ciudadanos, no más del 20% de la población (ni mujeres, ni esclavos, ni inmigrantes), que desembocó en un fracaso; la Comuna de París (marzo/mayo 1871) que concluyó en un baño de sangre, perpetrado por la derecha represora, y el hundimiento de las estructuras de izquierdas (I Internacional etc.); y el régimen de los soviet (asambleas ultrademocráticas de obreros, campesinos, y soldados) en la Rusia de 1917/18, que desembocó en la dictadura de un único partido.
No hay democracia posible sin partidos, lo que no quiere decir que debamos conformarnos con los que hay y, además, tal y como son. La democracia no es un sistema acabado, sino en evolución, según una relación dialéctica con la sociedad y con sus propias instituciones, una de las cuales son los partidos, que tampoco alcanzarán nunca un perfil definitivamente acabado. Hace poco terminó en el Congreso, de manera decepcionante, la discusión sobre la reforma de la ley electoral, que data de la transición(*). Los partidos actuales son, en buena medida, un producto de esa ley, y, naturalmente, ellos tratan de blindarla. Sin embargo, el asunto ha pasado desapercibido, nadie ha presionado ni se ha movilizado, si se exceptúan algunos partidos minoritarios a los que nadie ha hecho caso. Apuesto a que la mayoría de los que acampan estos días en algunas plazas ni siquiera conocen el suceso.
Quizá haya dado la impresión de que no simpatizo con el movimiento. No es así, me parece extraordinariamente esperanzador y suscribo lo que dice el presunto manifiesto que publicó ayer la prensa, aunque dudo que represente a todas la sensibilidades que se están manifestando porque hoy han surgido muchas más propuestas, no todas coherentes con él; pero, no renunciaré a decir lo que pienso respecto a todos los aspectos de este asunto, al fin y al cabo ya no aspiro a sacarme el carnet de progre, ni el de facha, ni el de moderno. Tengo el de jubilata.
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(*) Hace ahora un año publiqué ¿Quién teme a la reforma electoral? sobre este controvertido tema cuando aún no había terminado la discusión en el Parlamento.
1 comentario:
Excelente post. Es obvio que la Economía lo controla todo. Los partidos financian sus campañas con préstamos bancarios que, para la siguiente campaña, les son perdonados.
Las Entidades Financieras comprometen la mayor parte de sus inversiones en la Deuda Pública del Estado...con lo que cierran el grifo de los pequeños créditos para los particulares y empresarios !!!
Por fin un movimiento ciudadano se manifiesta de forma directa y clara
contra una Partido-cracia que cada vez está más alejada de los problemas del ciudadano...
El problema radica en un "porqué", un discurso coherente y una propuesta clara...
Saludos
Mark de Zabaleta
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