6 nov 2011

Política y emoción

           La historia, que difumina el devenir colectivo con la mirada desapasionada y la pátina del tiempo, es el único mirador desde donde es posible distinguir los rasgos de villanía o de heroísmo de los protagonistas sin mucho riesgo de equivocación, y no digamos los aciertos y los errores, cuando contamos ya con las consecuencias. Pero, qué difícil la objetividad en el escenario mismo y qué raro el acierto.
Hace tan sólo un par de días el BCE obtuvo un nuevo director (Mario Draghi), que nada más tomar posesión bajó un cuarto de punto el Euribor (precio del dinero en el mercado interbancario), lo que se venía reclamando desde casi todas partes como requisito para el crecimiento, tan deseado. Pues bien, el primer comentario que leí en la prensa calificaba al recién designado de sinvergüenza por facilitar con esa medida el beneficio bancario utilizando el recurso de obtener dinero barato del BCE para comprar deuda con altos intereses, previamente disparados por la especulación. Con independencia de que ese escenario sea o no posible, parece un exceso, dadas las circunstancias, adjudicar tal intención al que tomó la medida, por mucho que haya pertenecido al staff de Goldman Sachs, circunstancia al parecer maléfica para los que han hecho costumbre denigrar a las empresa capitalista y salvar al capitalismo.

La reciente maniobra política de Y. Papandreu ha sido calificada de disparate irresponsable y, una vez atisbado un posible desenlace, de ardid para mantenerse en el poder. Sin embargo, también aquí, otra interpretación es posible. En Grecia la calle es un volcán: cinco huelgas generales y disturbios permanentes que ponen a Atenas patas arriba cada dos por tres evidencian un drástico rechazo a la política de reformas (eufemismo bajo el que se ocultan contundentes asaltos al Estado del bienestar); la oposición, olvidándose de su responsabilidad en la crisis actual, no da tregua al gobierno; los propios parlamentarios del PASOC dan muestras de inquietud y amenazan con agrietar el bloque; al mismo tiempo la presión exterior aumenta amenazando con el cese de las ayudas. Cierto que en el momento de conocerse la decisión del jefe de gobierno de Atenas la UE y el FMI acababan de aprobar un nuevo paquete para salvar la situación otra vez atascada, pero con la exigencia de más recortes. La inesperada disposición de Papandreu a convocar un referéndum tenía, así, varios objetivos: una llamada de atención a Europa que debe comprender que la presión tiene un límite; colocar a la oposición ante la alternativa de la debacle que podía desencadenar un resultado negativo (nada extraño entre otras cosas por su propia política) y la necesidad de colaborar; pretende además amortiguar la contestación en la calle; y, por último, legitimar y fortalecer al gobierno, complementando la medida con la presentación de una cuestión de confianza. Hasta el momento el saldo arroja algunos éxitos: se ha doblado el brazo a la oposición que acepta negociar; se ha ganado la cuestión de confianza, clarificando la situación parlamentaria, aunque, a la postre, le cueste el puesto al presidente, lo que descartaría un apego enfermizo al poder. Todo ello con la sola amenaza de la consulta, que, al fin, se ha descartado. Está por ver si disminuye la contestación ciudadana y las repercusiones que pueda tener en el seno y devenir de la UE. Recordemos que Estados europeos con más solera que el griego ya provocaron crisis a cuenta de  referéndum, impulsados más por el populismo que por razones de peso.

Ni podemos, ni sería deseable, privarnos de las emociones en ningún momento, ni siquiera en el debate, político o no, pero consentir que se conviertan en el vector decisivo es menos deseable aún. El análisis con que se suelen afrontar en los medios las decisiones frente a la crisis se han contaminado gravemente de emocionalidad. El interés propio o cercano determina gravemente la opinión expresada, y las invectivas contra los que han de decidir, en medio de dificultades y presiones desmesuradas, suelen ser crueles y carentes de lógica y ponderación. Siempre se ha supuesto a los políticos un cierto componente de espíritu de servicio, como a los militares se les supone el valor. Hoy, por el contrario, ante la opinión pública, incluyendo comunicadores mediáticos y no pocos intelectuales, el ejercicio de la política parece ser suficiente para descalificar a personas que, fuera de ella, pasarían por íntegras.

No son estos los casos más significativos pero me ha llamado la atención la incapacidad para ver algo positivo en una decisión valorando exclusivamente una presunta mala trayectoria profesional evaluada desde las antípodas ideológicas (Draghi); o reducir a simple oportunismo político, cuando no despropósito, una decisión que de ser valorada por alguien no implicado en sus consecuencias habría alcanzado la calificación de hábil, oportuna y justa (Papandreu).

1 comentario:

Juliana Luisa dijo...

Sin entrar en muchos detalles, es lamentable lo que está haciendo la oposición. Y, desde luego, lamento que no se haya llegado al referendum. lo temían tanto la UE como el FMI, pues sabían el resultado
Excelente artículo