Cartel II Internacional. 1889 |
La crisis presente está difuminando los rosas
del mundo feliz que nos imaginábamos vivir y nos desvela tonos más siniestros y
oscuros, hasta ahora ocultos. Un análisis
del por qué de esa tendencia a la igualación social que ha caracterizado a los
más de cien años, antes del giro de las últimas décadas, nos
revela que en el origen del proceso no hubo sino
miedo y necesidad. Miedo a la revolución social, de una parte, y
necesidad de productores primero y consumidores después para sostener el nuevo
sistema económico (capitalismo industrial).
Miedo. La revolución francesa
comenzó, como todos sabemos con una “revuelta de los privilegiados” que se
resistían a pagar impuestos (buena enseñanza para los que reclaman que los
gobiernos pongan más impuestos a los ricos. No se dejan). La dirección del
movimiento pasó después a la burguesía, pero en sus momentos más radicales y
dramáticos asomó por vez primera el proletariado. Las masas obreras, entrevistas aquellos años,
fueron ganando protagonismo hasta bien entrado el siglo XX. Todos recordamos el
comienzo de El manifiesto Comunista:
«Un fantasma recorre Europa. El fantasma del comunismo». Después de la
triunfante revolución soviética en Rusia el miedo a la revolución social llegó
al paroxismo, lo que indujo al capitalismo a echarse en brazos del fascismo,
que por su ultranacionalismo se reveló al fin como un enemigo interno y prioritario.
Pero la derrota del fascismo y la necesidad de conjurar la amenaza comunista
desembocaron en los más brillantes logros de la igualdad en los años centrales
del XX.
Necesidad. La revolución
industrial, cara económica de la revolución burguesa, se define como la
transformación de la tecnología que hizo posible la producción masiva de mercaderías.
Para ello hizo falta capital, tecnología,
materias primas y mano de obra. Una mano de obra que pese a la brutal
explotación de los primeros tiempos mejoró su situación respecto a aquellos en
que era una turba rustica sometida al aislamiento de los campos, al hambre y a
la servidumbre. Conforme avanzaba el proceso se convertía cada vez más en consumidora de subsistencias y mercaderías
baratas. Las crisis capitalistas, producidas siempre por una marcha más rápida
de la capacidad de producción (estimulada por la competencia y la innovación
técnica y mercantil) que la demanda, que apenas crecía al ritmo de la
población, empezó a mostrar que poner dinero en los bolsillos de las masas
(seguros sociales, mejoras salariales…) ayudaba a remontarlas por el incremento
del consumo que generaba en las clases populares. En eso se basó el New Deal y el
keynesianismo, con los que se superó el gran bache de los años 30. En lo
sucesivo crecimiento económico y nivelación social serán conceptos inseparables
en el mundo occidental (Estado del bienestar).
Pero ¿qué pasó en las
postrimerías del XX para que este estado de cosas se trastocara? Por una parte,
el fracaso en la construcción de una sociedad igualitaria creíble y el
derrumbamiento final de la Unión Soviética dejó a la izquierda sin horizonte ni
referente útil. Por primera vez la derecha económica respiró y se vio libre de
miedos. La emergencia del neoliberalismo con enorme fuerza a partir de los 80
es la contrapartida del derrumbe en el Este y del desconcierto de la izquierda
en occidente. En lo sucesivo el plan será la liquidación de lo que el miedo les
obligó a condescender durante varias generaciones, o, al menos, en las últimas
décadas. Por otra parte, en el último cuarto del XX, la industria, verdadera responsable
del protagonismo obrero, comenzó a emigrar al tercer mundo y a abandonar los
países del centro económico. Allí, en el centro, la actividad financiera, que
hasta entonces había cumplido un papel subalterno, comenzó a adquirir enorme
protagonismo hasta el punto de que el capitalismo dejó de ser industrial para
convertirse en financiero. Las clases poderosas dejaron de interesarse por la
industria y se centraron en la especulación financiera. El antiguo proletariado
industrial (sostén del sindicalismo obrero y los partidos obreristas) dejó
prácticamente de existir, fundido en las clases medias bajas por un lado y por
otro convertido en un lumpen moderno sin conciencia de clase. La necesidad
también se esfumó.
Sin el miedo a la revolución y
sin la necesidad de contar con masas obreras para el sostenimiento del sistema,
que se ha buscado otra osamenta, las nuevas élites económicas se han visto
libres para ensayar un futuro a su medida. Esta podría ser su primera crisis de
crecimiento.
2 comentarios:
Excelente exposición, Arcadio. Contigo, cada día aprendo un poco más. Salud(os).
Gracias. Es un placer contar siempre con tu fidelidad lectora,que, sin duda, no merezco.
Un saludo, amigo.
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