Hoy es el día de Andalucía y me
apetece escribir sobre algunos equívocos
en torno a su presunta esencia nacional que se han difundido intencionadamente con
la acción positiva de algunos y la apatía o permisividad de otros, pero que por
falsear la historia sólo contribuyen al oscurantismo y a la superstición
política. Lo hago desde la autoridad que me da el haber nacido y vivido toda mi
vida en esta región y el recelo que me provocan los mitos que se utilizan como
cimiento de construcciones políticas.
Como todos sabemos el nombre de
Andalucía deriva de al-Ándalus, denominación árabe de la península en tiempos
históricos. El problema está en el origen del término árabe, ya que en época
clásica se la denominó Iberia
(griegos) o Hispania
(púnicos y romanos). Opiniones recientes lo hacen proceder de Atlántida (Atlantis
> adlandis > alandlus > al-Andalus), por una corrupción del nombre de
la ignota tierra extremo occidental del mito platónico.
Lo curioso es que tal
denominación nunca se utilizó para designar un territorio que coincidiera más o
menos con la actual región andaluza, ni antes de 1492 ni después; hay que
esperar al S. XIX para ello. Y es así, en parte, porque ni durante la época
islámica (VIII al XV) ni en los siglos XVI, XVII o XVIII constituyó nunca una
unidad administrativa, ni reino, ni región, ni provincia. Hay que remontarse bastante
más de mil años, ahí es nada, para encontrar una provincia romana que coincida
groso modo con la actual comunidad: la Bética. Marcar una línea de continuidad
que salve el foso de 1.100 años entre una fecha y la otra es, a todas luces un
exceso.
Un ministro de la regente Mª
Cristina en los años treinta del siglo diecinueve, Javier de Burgos, emprendió
una reorganización
territorial del Estado con criterios centralizadores y racionalistas, como
en Francia, fuente de inspiración del liberalismo español. Ese fue el origen
de las provincias. Se diseñaron con dimensiones parecidas y adoptaron el nombre
de la ciudad donde residiría el delegado gubernativo, la capital. De esta forma
desparecía, por ejemplo, el antiguo Principado de Cataluña sustituido, para
disgusto de los catalanistas, por cuatro
provincias, pero también el Reino de Sevilla o el de Granada divididos en tres
cada uno, etc. Sin embargo, como la reforma debió parecer muy radical, se optó
por superponer a las provincias otra estructura regional que no tendría más función
que un supuesto tributo a la historia. Consecuencia de este arreglo entre
innovación y tradición fue que se agruparan las provincias del antiguo reino de
Sevilla, junto a las del de Granada, más Córdoba y Jaén que antes eran otros dos
reinos, bajo la denominación de Andalucía, aunque esta palabra se venía
utilizando durante el XVIII para designar sólo al reino de Sevilla, con Córdoba
y Jaén ocasionalmente, es decir, la cuenca del Guadalquivir, más la del
Odiel–Tinto hasta la frontera del Guadiana. Conviene señalar que aunque las provincias
fueron unidades administrativas, las regiones no lo fueron nunca y jamás
tuvieron institución alguna de carácter oficial, pero algunas, Cataluña, País
Vasco o Galicia, sirvieron de alivio a los nacionalismos locales porque conservaron
un recuerdo histórico sentido por la población. No así en Andalucía donde los
habitantes del reino de Granada y del de Sevilla no nos consta que se sintieran
parte de una misma unidad; no en balde el valle del Guadalquivir se había incorporado
a Castilla en la primera mitad del XIII, mientras que el Reino de Granada lo
hizo a finales del XV, lo que había producido una evolución diferente.
Pongamos los pies en el suelo.
Celebremos si nos place un día de Andalucía pero sin fantasías históricas,
porque no las necesitamos. Como tampoco es necesaria la retórica de la “patria
andaluza” que creara Blas
Infante en un delirio entre infantil y mesiánico que le llevó, entre otras
iniciativas, a diseñar una bandera con los colores de los Omeyas, ahí es nada,
y los demás símbolos que suelen utilizar las naciones.
La inflación de patrias que hoy
parece estar de moda, no solo en España, contiene demasiados elementos
corrosivos sin aportar beneficio visible, como para verla sin recelo. Al menos,
que no se basen en el manido recurso de falsear la historia, que de eso ya estamos
de vuelta. Por fortuna la fecha que celebramos no tiene nada que ver con ningún
suceso fantasmagórico, sino con el día que los andaluces reclamaron en la
calle, más o menos inducidos por circunstancias coyunturales, la autonomía
plena.
6 comentarios:
Muchas gracias por este excelente artículo, muy didáctico sobre un tema que muchos desconocíamos.
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
Como andaluz de cuna y domicilio, me sumo al agradecimiento y consideración del artículo realizadas por quien me precede, amigo Artcadio. No obstante, me pregunto si muchas personas, incultas o no tan incultas, necesitan de ciertos mitos para situarse en la existencia, para definir su identidad personal. A la que añado otra: teniendo en cuenta lo que acabo de decir y sabiendo que los mitos son formas de pensamiento irracionales, resultan peligrosísimos en manos de quienes los crean y difunden por algún interés perverso. La postmodernidad es un campo abonado para sembrar esa cizaña. Salud(os).
No soy andaluza, ni he vivido nunca en Andalucia. De sus provincias sólo conozco Sevilla, Granada y Málaga, ciudades que he visitado varias veces. Pero me ha gustado y te agradezco tus explicaciones. Siempre es buneo conocer la verdad.
Muchas gracias y un saludo
Hay un ensayo bastante interesante, que abunda en algunas de las ideas de Arcadio: "Inexistente Al Ándalus", de Rosa María Rodríguez Magda, Ed. Nobel, Oviedo 2008.
F.S.C.
MARCK. Gracias, un saludo
JARAMOS. Los mitos forman parte de nuestra cultura humana y por eso dignos de atención y estudio. Lo que no es lícito es la manipulación de la historia con fines políticos o de otro orden.
Salud.
JULIANA. Espero que profundices más el conocimiento de esta tierra. Merece la pena cuando se hace sin prejuicios y sin la carga de falsos mitos. Saludos.
Soy de Cataluña, en ésta región también se falsifica la historia desde los colegios, televisiones, radios... ¡es horrible!
Gracias por el Blog.
Publicar un comentario