28 feb 2012

28 F


Hoy es el día de Andalucía y me apetece escribir sobre algunos equívocos en torno a su presunta esencia nacional que se han difundido intencionadamente con la acción positiva de algunos y la apatía o permisividad de otros, pero que por falsear la historia sólo contribuyen al oscurantismo y a la superstición política. Lo hago desde la autoridad que me da el haber nacido y vivido toda mi vida en esta región y el recelo que me provocan los mitos que se utilizan como cimiento de construcciones políticas.

Como todos sabemos el nombre de Andalucía deriva de al-Ándalus, denominación árabe de la península en tiempos históricos. El problema está en el origen del término árabe, ya que en época clásica se la denominó Iberia (griegos) o Hispania (púnicos y romanos). Opiniones recientes lo hacen proceder de Atlántida (Atlantis > adlandis > alandlus > al-Andalus), por una corrupción del nombre de la ignota tierra extremo occidental del mito platónico.

Lo curioso es que tal denominación nunca se utilizó para designar un territorio que coincidiera más o menos con la actual región andaluza, ni antes de 1492 ni después; hay que esperar al S. XIX para ello. Y es así, en parte, porque ni durante la época islámica (VIII al XV) ni en los siglos XVI, XVII o XVIII constituyó nunca una unidad administrativa, ni reino, ni región, ni provincia. Hay que remontarse bastante más de mil años, ahí es nada, para encontrar una provincia romana que coincida groso modo con la actual comunidad: la Bética. Marcar una línea de continuidad que salve el foso de 1.100 años entre una fecha y la otra es, a todas luces un exceso.

Un ministro de la regente Mª Cristina en los años treinta del siglo diecinueve, Javier de Burgos, emprendió una reorganización territorial del Estado con criterios centralizadores y racionalistas, como en Francia, fuente de inspiración del liberalismo español. Ese fue el origen de las provincias. Se diseñaron con dimensiones parecidas y adoptaron el nombre de la ciudad donde residiría el delegado gubernativo, la capital. De esta forma desparecía, por ejemplo, el antiguo Principado de Cataluña sustituido, para disgusto de los catalanistas,  por cuatro provincias, pero también el Reino de Sevilla o el de Granada divididos en tres cada uno, etc. Sin embargo, como la reforma debió parecer muy radical, se optó por superponer a las provincias otra estructura regional que no tendría más función que un supuesto tributo a la historia. Consecuencia de este arreglo entre innovación y tradición fue que se agruparan las provincias del antiguo reino de Sevilla, junto a las del de Granada, más Córdoba y Jaén que antes eran otros dos reinos, bajo la denominación de Andalucía, aunque esta palabra se venía utilizando durante el XVIII para designar sólo al reino de Sevilla, con Córdoba y Jaén ocasionalmente, es decir, la cuenca del Guadalquivir, más la del Odiel–Tinto hasta la frontera del Guadiana. Conviene señalar que aunque las provincias fueron unidades administrativas, las regiones no lo fueron nunca y jamás tuvieron institución alguna de carácter oficial, pero algunas, Cataluña, País Vasco o Galicia, sirvieron de alivio a los nacionalismos locales porque conservaron un recuerdo histórico sentido por la población. No así en Andalucía donde los habitantes del reino de Granada y del de Sevilla no nos consta que se sintieran parte de una misma unidad; no en balde el valle del Guadalquivir se había incorporado a Castilla en la primera mitad del XIII, mientras que el Reino de Granada lo hizo a finales del XV, lo que había producido una evolución diferente.

Remontar el origen de Andalucía a la Bética romana no es más que pura fantasía, como creo haber mostrado, por mucho que se haga así en textos escolares o de otro tipo. Como es fantasía pretender que aquí floreció una civilización protohistórica, Tartesos, para convertirla en la cultura ancestral autóctona. Hoy parece que lo que se ha tomado por huellas de la supuesta civilización no son más (y nada menos) que restos fenicios; que la fabulosa ciudad de Tartesos no se encuentra porque nunca existió; que todo el asunto es fruto de la ansiedad y la imaginación de un famoso arqueólogo que ambicionaba un hallazgo sonado como el de Troya.

Pongamos los pies en el suelo. Celebremos si nos place un día de Andalucía pero sin fantasías históricas, porque no las necesitamos. Como tampoco es necesaria la retórica de la “patria andaluza” que creara Blas Infante en un delirio entre infantil y mesiánico que le llevó, entre otras iniciativas, a diseñar una bandera con los colores de los Omeyas, ahí es nada, y los demás símbolos que suelen utilizar las naciones.

La inflación de patrias que hoy parece estar de moda, no solo en España, contiene demasiados elementos corrosivos sin aportar beneficio visible, como para verla sin recelo. Al menos, que no se basen en el manido recurso de falsear la historia, que de eso ya estamos de vuelta. Por fortuna la fecha que celebramos no tiene nada que ver con ningún suceso fantasmagórico, sino con el día que los andaluces reclamaron en la calle, más o menos inducidos por circunstancias coyunturales, la autonomía plena.

6 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Muchas gracias por este excelente artículo, muy didáctico sobre un tema que muchos desconocíamos.

Un cordial saludo
Mark de Zabaleta

jaramos.g dijo...

Como andaluz de cuna y domicilio, me sumo al agradecimiento y consideración del artículo realizadas por quien me precede, amigo Artcadio. No obstante, me pregunto si muchas personas, incultas o no tan incultas, necesitan de ciertos mitos para situarse en la existencia, para definir su identidad personal. A la que añado otra: teniendo en cuenta lo que acabo de decir y sabiendo que los mitos son formas de pensamiento irracionales, resultan peligrosísimos en manos de quienes los crean y difunden por algún interés perverso. La postmodernidad es un campo abonado para sembrar esa cizaña. Salud(os).

Juliana Luisa dijo...

No soy andaluza, ni he vivido nunca en Andalucia. De sus provincias sólo conozco Sevilla, Granada y Málaga, ciudades que he visitado varias veces. Pero me ha gustado y te agradezco tus explicaciones. Siempre es buneo conocer la verdad.

Muchas gracias y un saludo

Anónimo dijo...

Hay un ensayo bastante interesante, que abunda en algunas de las ideas de Arcadio: "Inexistente Al Ándalus", de Rosa María Rodríguez Magda, Ed. Nobel, Oviedo 2008.
F.S.C.

Arcadio R.C. dijo...

MARCK. Gracias, un saludo

JARAMOS. Los mitos forman parte de nuestra cultura humana y por eso dignos de atención y estudio. Lo que no es lícito es la manipulación de la historia con fines políticos o de otro orden.
Salud.

JULIANA. Espero que profundices más el conocimiento de esta tierra. Merece la pena cuando se hace sin prejuicios y sin la carga de falsos mitos. Saludos.

Anónimo dijo...

Soy de Cataluña, en ésta región también se falsifica la historia desde los colegios, televisiones, radios... ¡es horrible!

Gracias por el Blog.