Nos cuesta pensar que los
mercados no están dirigidos por grandes intereses concretos y singulares que
actúan con efectos de conspiración sobre las economías de naciones debilitadas
por causas diferentes, como Grecia o ahora España e incluso Italia. De hecho
esos intereses existen y se mueven con hiperactividad y aparente autismo en
dirección de su exclusivo beneficio, pero, quizás, sólo ejerzan sobre el
conjunto una influencia que rara vez resulta decisiva.
El mercado es sólo la
concurrencia de intereses, de manera que si un país acude ofertando su deuda, o
sea, en demanda de financiación, él mismo forma, desde ese instante, parte del
mercado al que ha acudido por su propio y exclusivo interés. No se puede buscar
en el mercado otra cosa que intereses. Lo peligroso es que alguno de los
concurrentes adquiera capacidad de manipulación por su envergadura o
influencia. No hay mercados perfectos (en sentido económico: numerosa y
homogénea concurrencia, información completa, libertad...) y el financiero tampoco
lo es, aunque está más cerca de ella que muchos otros.
El mercado no dicta la política
que han de seguir los gobiernos, contra lo que suele decirse. Para eso se
necesitaría una dirección, un programa, en fin una vertebración de la que
carece. Lo que hacen los infinitos agentes individuales que actúan en él es poner
un precio alto a su dinero si el demandante de financiación no ofrece confianza
o garantías suficientes para la amortización del capital y más bajo cuantas más
ofrezca. Las políticas que parezcan garantizar mejor la devolución de los
préstamos encontrarán así más fácil y barata financiación, mientras que las que
en el mercado se vean como peligrosas para ese fin no se financiaran. Así pues
no es que no haya alternativa a las políticas de recortes, es que las otras
encuentran difícil financiación.
La confianza se basa en firmes
datos objetivos, pero también tiene elementos de volatilidad en función de la
coyuntura y de otras variables. Así, en tiempos de crisis se acentúan las
exigencias y deja de tolerarse lo que en otro momento hubiera pasado cualquier
control. Situaciones numéricas parecidas en distintos países pueden encontrar
trato diferente en función del prestigio, la historia reciente, etc. Algunos o
muchos de estos factores pueden combinarse y hacer la situación de un país
insostenible aunque objetivamente no se encuentre en mucha peor situación que
otros. Así pues, al margen de las magnitudes macroeconómicas, hay un margen
político que puede usarse para alterar la confianza de los mercados (el PP
creyó que el simple cambio de gobierno iba a facilitarles la tarea, aunque fue
un error o no supieron aprovechar la circunstancia).
Pero un Estado no es una empresa,
pese a que existe una tendencia a considerarlo así, como muestra la insistencia
en hablar de la “marca España” cuando se refieren a la imagen exterior del país;
o el recurso a procedimientos propios de
empresas mercantiles como el “apalancamiento”, en el
que evidentemente se nos fue la pinza. La sustitución de la política por la
economía, la invasión de técnicas y recursos empresariales en la gestión del
Estado es lo que nos ha puesto en manos del mercado, que está para lo que está,
pero no para convertirse en gestor de la cosa pública.
¿Qué hacer? Nadie parece tener
la solución. La dinámica creada de financiación a través del mercado hace
imposible ignorarlos, pero seguir sus indicaciones hace imposible la
recuperación. Un círculo vicioso que parece imposible romper. Sólo desde la UE,
que tiene el control monetario, se podría actuar con éxito; pero, el grado de
unión logrado hasta el momento no incluye la política fiscal y sin ella
cualquier actuación es un parche.
Aunque parece que escapa a
nuestra capacidad de ciudadanos encontrar la solución ya que no controlamos
directamente los centros de decisión de la UE, no es así. No será lo mismo que
en Francia gane Hollande o Sarcozy las elecciones, que Merckel logre mantenerse
o no. También que en España optemos por un partido que no ve error sino acierto
en que el mercado se infiltre en lo que hasta ahora había sido el terreno de la
política y contamine su ejercicio con métodos y procedimientos mercantiles, o
que lo hagamos por la opción contraria. Cierto que en la UE se ha establecido
una suerte de democracia indirecta (seguramente porque no podía ser de otro
modo en estos momentos de construcción), pero eso no significa que las
decisiones de los ciudadanos no tengan efectividad (los gobiernos liberales que
campean hoy Europa en mayoría aplastante están ahí por decisión ciudadana). Por
otra parte la acción democrática no termina en el voto como se ha visto en
movimientos recientes y como se vería si en lugar del desencanto y el desanimo
cultiváramos sentimientos más positivos e imaginativos.
2 comentarios:
Es cierto que "los gobiernos liberales qe campean hoy por Europa en mayoría aplastante están ahí por decisión democrática", pero ¿en qué proporción los ciudadanos están bien informados acerca de las características de un gobierno liberal? ¿qué diferencia existe entre un gobierno liberal y uno socialdemócrata? ¿no habran perdido sus raíces los socialdemócratas? ¿cuántos candidatos informan adecuadamente de sus líneas de actuación? ¿cuántos cumplen sus promesas?. De todas formas es cierto que deben existir cauces para que los ciudadanos manifiesten sus puntos de vista.
Un saludo
Gracias JL por tu participación, siempre tan acertada. Tienen sentido las dudas que planteas y las comparto parcialmente. Pero me preocupa siempre la división que solemos hacer entre un pueblo incauto, inocente y engañado y unos políticos aviesos y movidos por oscuros intereses. En las democracias hay que bucar y resaltar la responsabilidad de cada uno.
Un abrazo agradecido.
Publicar un comentario