17 abr 2012

Política y mercado


Nos cuesta pensar que los mercados no están dirigidos por grandes intereses concretos y singulares que actúan con efectos de conspiración sobre las economías de naciones debilitadas por causas diferentes, como Grecia o ahora España e incluso Italia. De hecho esos intereses existen y se mueven con hiperactividad y aparente autismo en dirección de su exclusivo beneficio, pero, quizás, sólo ejerzan sobre el conjunto una influencia que rara vez resulta decisiva.

El mercado es sólo la concurrencia de intereses, de manera que si un país acude ofertando su deuda, o sea, en demanda de financiación, él mismo forma, desde ese instante, parte del mercado al que ha acudido por su propio y exclusivo interés. No se puede buscar en el mercado otra cosa que intereses. Lo peligroso es que alguno de los concurrentes adquiera capacidad de manipulación por su envergadura o influencia. No hay mercados perfectos (en sentido económico: numerosa y homogénea concurrencia, información completa, libertad...) y el financiero tampoco lo es, aunque está más cerca de ella que muchos otros.

El mercado no dicta la política que han de seguir los gobiernos, contra lo que suele decirse. Para eso se necesitaría una dirección, un programa, en fin una vertebración de la que carece. Lo que hacen los infinitos agentes individuales que actúan en él es poner un precio alto a su dinero si el demandante de financiación no ofrece confianza o garantías suficientes para la amortización del capital y más bajo cuantas más ofrezca. Las políticas que parezcan garantizar mejor la devolución de los préstamos encontrarán así más fácil y barata financiación, mientras que las que en el mercado se vean como peligrosas para ese fin no se financiaran. Así pues no es que no haya alternativa a las políticas de recortes, es que las otras encuentran difícil financiación.

La confianza se basa en firmes datos objetivos, pero también tiene elementos de volatilidad en función de la coyuntura y de otras variables. Así, en tiempos de crisis se acentúan las exigencias y deja de tolerarse lo que en otro momento hubiera pasado cualquier control. Situaciones numéricas parecidas en distintos países pueden encontrar trato diferente en función del prestigio, la historia reciente, etc. Algunos o muchos de estos factores pueden combinarse y hacer la situación de un país insostenible aunque objetivamente no se encuentre en mucha peor situación que otros. Así pues, al margen de las magnitudes macroeconómicas, hay un margen político que puede usarse para alterar la confianza de los mercados (el PP creyó que el simple cambio de gobierno iba a facilitarles la tarea, aunque fue un error o no supieron aprovechar la circunstancia).

Pero un Estado no es una empresa, pese a que existe una tendencia a considerarlo así, como muestra la insistencia en hablar de la “marca España” cuando se refieren a la imagen exterior del país; o el recurso  a procedimientos propios de empresas mercantiles como el “apalancamiento”, en el que evidentemente se nos fue la pinza. La sustitución de la política por la economía, la invasión de técnicas y recursos empresariales en la gestión del Estado es lo que nos ha puesto en manos del mercado, que está para lo que está, pero no para convertirse en gestor de la cosa pública.

¿Qué hacer? Nadie parece tener la solución. La dinámica creada de financiación a través del mercado hace imposible ignorarlos, pero seguir sus indicaciones hace imposible la recuperación. Un círculo vicioso que parece imposible romper. Sólo desde la UE, que tiene el control monetario, se podría actuar con éxito; pero, el grado de unión logrado hasta el momento no incluye la política fiscal y sin ella cualquier actuación es un parche.

Aunque parece que escapa a nuestra capacidad de ciudadanos encontrar la solución ya que no controlamos directamente los centros de decisión de la UE, no es así. No será lo mismo que en Francia gane Hollande o Sarcozy las elecciones, que Merckel logre mantenerse o no. También que en España optemos por un partido que no ve error sino acierto en que el mercado se infiltre en lo que hasta ahora había sido el terreno de la política y contamine su ejercicio con métodos y procedimientos mercantiles, o que lo hagamos por la opción contraria. Cierto que en la UE se ha establecido una suerte de democracia indirecta (seguramente porque no podía ser de otro modo en estos momentos de construcción), pero eso no significa que las decisiones de los ciudadanos no tengan efectividad (los gobiernos liberales que campean hoy Europa en mayoría aplastante están ahí por decisión ciudadana). Por otra parte la acción democrática no termina en el voto como se ha visto en movimientos recientes y como se vería si en lugar del desencanto y el desanimo cultiváramos sentimientos más positivos e imaginativos.

2 comentarios:

Juliana Luisa dijo...

Es cierto que "los gobiernos liberales qe campean hoy por Europa en mayoría aplastante están ahí por decisión democrática", pero ¿en qué proporción los ciudadanos están bien informados acerca de las características de un gobierno liberal? ¿qué diferencia existe entre un gobierno liberal y uno socialdemócrata? ¿no habran perdido sus raíces los socialdemócratas? ¿cuántos candidatos informan adecuadamente de sus líneas de actuación? ¿cuántos cumplen sus promesas?. De todas formas es cierto que deben existir cauces para que los ciudadanos manifiesten sus puntos de vista.

Un saludo

Arcadio R.C. dijo...

Gracias JL por tu participación, siempre tan acertada. Tienen sentido las dudas que planteas y las comparto parcialmente. Pero me preocupa siempre la división que solemos hacer entre un pueblo incauto, inocente y engañado y unos políticos aviesos y movidos por oscuros intereses. En las democracias hay que bucar y resaltar la responsabilidad de cada uno.
Un abrazo agradecido.