Los partidos que hoy
utilizamos, o nos utilizan, según opiniones, poco tienen que ver con sus antepasados
decimonónicos, época en la que se consolidaron y difundieron como útiles
instrumentos de los nuevos regímenes parlamentarios de linaje burgués. Eran
entonces apenas lugares de encuentro entre sensibilidades ideológicas afines
y/o intereses coincidentes. Muchas veces nacidos de tertulias y mantenidos y
difundidos en torno a un periódico, pero sin más disciplina interna que la
imprescindible para mantener los intereses comunes y la obligada lealtad.
Ninguna otra estructura partidaria.
Cuando, por efecto del
marxismo, las masas obreras decidieron entrar en los templos parlamentarios, lo
hicieron como elefante en cacharrería poniendo patas arriba los usos de las
clases bienpensantes que hasta entonces monopolizaban la lucha política a la
que habían dotado de reglas, como a cualquier confrontación entre caballeros.
Algunos de los efectos fueron un cambio drástico en la fisonomía y
funcionalidad de los partidos y de las cámaras.
Una, por no decir la
principal, aportación de Lenin a la teoría revolucionaria marxista fue el papel
del partido: una estructura fuertemente disciplinada en su organización y en el
debate interno (centralismo democrático); concebido como un arma en la lucha
revolucionaria; compuesto por camaradas fuertemente concienciados y sólidamente
formados que se constituía como una vanguardia que debía orientar y conducir a
la masas obreras hacia el triunfo, concebido como la conquista del poder por la
clase obrera.
En el ecuador del siglo
veinte todos los partidos comunistas del mundo, legales o clandestinos,
conservaban aún secretarías llamadas de agitación
y propaganda, lo que hoy nos suena como parte de esa curiosa e ingenua
sinceridad de lo retro y hasta casi nos escandaliza porque, en realidad, hemos
perdido su verdadero significado. Hacia los años setenta esos mismos partidos
habían abandonado el leninismo explícita o implícitamente, lo que entrañaba la
aceptación franca de las reglas de juego de la democracia, que hasta entonces
habían llamado burguesa. De hecho la experiencia del PCI en la Italia de la Guerra
Fría había sido una larga y forzada deriva en esa dirección.
Al mismo tiempo la derecha
emprendía el camino en sentido contrario: sus partidos pasaron de meros clubes
de opinión a dotarse cada vez más de estructuras organizativas, programas,
estrategias, tácticas y disciplina parlamentaria. El proceso ha sido de tal
envergadura que en la actualidad casi se ha producido una inversión. La riqueza
ideológica de la izquierda, unida a la desaparición de las tácticas leninistas,
ha generado una atomización que ha pulverizado antiguos partidos y hoy para
tener opciones de gobierno se ve obligada a presentarse en amplias e
ingobernables coaliciones (IU, El Olivo y sus sucesores, etc.).
Sin embargo las
organizaciones de la derecha, una vez abandonado el modelo militar (fascismos),
primer intento de organización centralizada para combatir a la izquierda, ha encontrado, por fin, el espejo en qué
mirarse: el mercado. A simple vista puede verse cómo la jerga mercantil invade
y sustituye al léxico político, lo que no es más que el afloramiento de
procesos internos de mayor envergadura. Sus militantes han pasado a ser “recursos
humanos” y a ser tratados como tales, con las refinadas técnicas psicológicas,
de dinámica de grupos y económicas propios de esos departamentos empresariales
(los sobresueldos[i]
del PP ¿no son los bonus con que se
premia la fidelidad y la productividad en las empresas y se marca la estructura
jerárquica?). Aquellas antiguas secretarías de agitprop (propaganda
no significaba otra cosa que “propagación de ideas”) han pasado a los partidos
de derechas de hoy como auténticos departamentos de márquetin, con toda una
sofisticada maquinaria de técnicas extraídas de las ciencias sociológicas y
psicológicas encaminadas a obtener la aceptación de las masas (nunca mejor
ocasión para emplear este término) y su pasividad ante las políticas aplicadas.
Justo lo contrario de aquellos otros que colocaban en primer lugar la agitación, es decir, el compromiso y la
participación.
[i] Del “todos
son iguales” hay que descontar que es habitual en la izquierda que aquellos que
obtienen cargos representativos remunerados no sólo no cobran sobresueldos sino
que un porcentaje de su remuneración lo destinen a la financiación del partido.
1 comentario:
Siempre, sieeempre aprendo aquí. Hoy, esa historia y evolución de los partidos. Quiero añadir una insignificancia de mi humilde y pobre cosecha: algunos partidos políticos españoles actuales (seguramente, de fuera de España también)no solo no han perdido sus respectivos departamentos de propaganda y agitación, sino que la organización entera "es" únicamente una entidad para la propaganda y la agitación en el peor sentido de tales términos. La primera campaña del que sustituyó su nombre por el logotipo "ZP" representa un hito. Salud(os), amigo Arcadio.
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