Hay un movimiento
ciudadano que se llama así. Hay blogs con ese nombre. No extraña la
proliferación porque es la cruz de aquel Estado del bienestar que se diluye a
pasos de gigante, en la práctica de algunos o en la esperanza de muchos. Verbalización
de un estado de ánimo político que emerge en las “primaveras” y movimientos de
“indignados” que se extienden por ambos hemisferios y amenazan con convertirse
en un fenómeno global.
Comenzaron siendo
sucesos propios del mundo islámico en busca de sistemas democráticos, aunque
sólo cuajó en aquellos países con regímenes laicos que habían “modernizado” ya,
hace décadas, las estructuras sociales respectivas desde revoluciones
“occidentalizadoras”, obviamente malogradas. Por la presunta esperanza democrática
que encerraban (¿de nuevo defraudada?) se ganaron el apelativo de “primaveras”, emulando aquella de Praga, en la onda del 68, también abortada.
En la Europa de la
debacle económica pesó más lo que se perdía que la esperanza de lo que se ganaría,
y enarbolaron el vocablo que mejor recogía ese sentimiento: indignación. Enlazaron
con aquellas de la otra orilla del Mediterráneo utilizando las mismas tácticas
de protesta urbana: ocupación pacífica de espacios públicos con fuerte
contenido simbólico. También reclamaban la democracia pero, como nacían en
ámbitos con prácticas democráticas consolidadas, exigían una democracia real
(verdadera), coligiendo que la real (existente) es una farsa.
Al extenderse a
países en donde no sólo hay una práctica democrática, por mejorable que sea,
sino también una sólida esperanza de progreso, Turquía y Brasil, hemos quedado
desconcertados sin saber si cuadra mejor la “indignación” o la “primavera”, o
ninguna de las dos. Los turcos parecían haber conseguido una convivencia entre
islamismo y democracia y su gobierno caminaba hacía un liderazgo en el Próximo
Oriente con las espaldas apoyadas en la OTAN y, todo eso, sin mayores problemas
económicos; la decepción europea había sido mitigada por las tribulaciones
económicas de la UE. Brasil ha sido evaluado una y otra vez como un país emergente,
llamado a convertirse en uno de los centros de la multipolaridad que se anuncia
para la geopolítica del futuro inmediato. La “revolución” protagonizada por
Lula aparentaba haber sentado las bases de un progreso basado en premisas más
igualitarias de lo que este gigante de la demografía, la geografía y la
injusticia social, nos tenía acostumbrados. O eso nos parecía.
Los movimientos de
protesta tienen una considerable capacidad de contagio: 1830, 1848… 1968.
Oleadas, de muy diferente envergadura, pero que recorrieron Europa, o el Mundo
si nos situamos en el S. XX, a pesar de que los medios de comunicación no
tenían ni sombra de la inmediatez y omnipresencia de hoy ¿Estamos en una de
esas ondas de protestas generalizada cuyas causas profundas y capacidad de innovación
no será posible dilucidar hasta pasadas unas décadas? Posiblemente.
Lo cierto es que,
con mayor o menor esperanza en el futuro, existe la sensación generalizada de
fin de etapa. De haber llegado a un “cul de sac” o callejón sin salida, que requiere
dar la vuelta y ensayar nuevos caminos. Sensación que evidentemente compartimos
aquellos que soportan autocracias de cualquier tipo o los que disfrutamos
democracias más o menos “reales”, los que padecemos un desarmante declive
económico o los que escuchan las nuevas, difíciles de creer, del brillante
futuro que les está reservado.
Por todas partes lo
que predomina es un difuso, pero muy bien percibido, estado de malestar.
2 comentarios:
Un extraordinario artículo...La Historia siempre se repite!
Saludos
Estas revoluciones pequeñitas, sin mecha y sin polvora casi, me recuerdan la situación del que se quita todos los días de fumar. Salud(os).
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