Se ha consumado el cierre de la radiotelevisión autonómica
valenciana. El proceso, seguido paso a paso por la prensa, la radio y la
televisión como si se tratara de algo trascendental para toda España (viva el
corporativismo) es un símbolo de lo que a nivel de toda nuestra sociedad ocurre
en lo que se refiere a la responsabilidad.
Parece como si tal valor sólo fuera exigible a los que
detentan algún poder. Como si los ciudadanos de a pie, como suele decirse,
estuvieran exentos de esa carga, como si el pueblo llano fuera por definición sustancialmente
inocente, en la más amplia acepción de la palabra, y cualquier exigencia de deberes en su
trabajo o en el ejercicio de su ciudadanía estuviera fuera de lugar, como si las
obligaciones morales que se derivan del libre arbitrio de cada cual no fueran
exigibles a cada uno de nosotros con independencia del lugar que ocupemos en la
sociedad.
La emisora destacó prácticamente desde su apertura por la telebasura y por la parcialidad y el sectarismo a favor de quien los empleaba. No se tiene constancia de la menor resistencia ante la manipulación escandalosa. No hubo gestos por una ética profesional ni por los intereses generales. Nadie se percató de las contradicciones entre la deontología informativa y el trabajo que se estaba llevando a cabo. El silencio, la apatía o el colaboracionismo pesará más o menos en función de la responsabilidad laboral o la cualificación profesional, pero pesa en todos, incluso en los más débiles: para eso se inventó la asociación, el sindicalismo, tan denostado hoy.
La gestión suicida del ente es responsabilidad política
(quizás también civil y penal) de los mandatarios de la comunidad, pero también
de la multitud de ciudadanos que los legitimó con su voto a sabiendas, porque
no se ha disimulado, de que el PP aspiraba a terminar con las televisiones
autonómicas públicas (no ha hecho más que empezar). Y, cómo no, de aquellos que desde dentro o no se
percataron del objetivo o les importaba un rábano mientras estuvieran cobrando.
Va siendo hora de que empecemos a asumir que somos mayores
de edad y fundamentalmente libres. Que nos vayan arrancando trozos de libertad,
cada vez mayores, se debe, sobre todo, a la estúpida creencia de que no somos
responsables de lo que pasa y, por tanto, nada podemos hacer por mejorarlo. Infantilismo
político que libera la conciencia pero hipoteca el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario