Nos trajo Jordi Évole en su programa la voz y la imagen de
Mujica, presidente de Uruguay. Por si acaso no estaba convencido ya, su
presencia me confirmó en la idea de que hay que mirar a América si queremos ver
una izquierda viva, capaz de afrontar los nuevos tiempos. Cierto que a veces sus perfiles se difuminan enterrados en la hojarasca populista que crece en su entorno
y en su propio corazón; pero existe, lo que no es posible afirmar con
rotundidad en otras latitudes.
El populismo es la tentación de ciertas élites o líderes por
ganarse el apoyo de las masas para elevarse sobre las instituciones
democráticas y lograr el ejercicio del poder sin las trabas, frenos, garantías,
pactos, filtros, etc. que la democracia impone y que son presentadas como
trampas para los intereses del pueblo,
esa entidad difusa que nadie se atreve a definir y que todo el mundo manosea. El
paréntesis era necesario porque esta perversión brota hoy en todas las franjas
del arco iris político, aquí y en cualesquiera latitudes, enfangándolo todo,
desdibujando perfiles, confundiendo y enmarañando intenciones y objetivos.
Las palabras y el ejercicio político de Mujica son el
bálsamo de Fierabrás contra esta dolencia. Posiblemente la coherencia entre su
estilo de vida y su pensamiento político sea lo que más llama la atención, dada
la rareza del fenómeno. Sin embargo, lo que a mi juicio constituye una lección
impagable es la humildad y honestidad democráticas en el ejerció del poder. Al
contrario que el caudillo gritón que alardeando de la legitimidad otorgada por
el pueblo irrumpe en las estructuras
del Estado como elefante en cacharrería, él se acomoda a la arquitectura juridicopolítica
del capitalismo, al que detesta, introduciendo las reformas que puede,
aprendiendo de los fracasos, que no oculta, y sin perder nunca su objetivo: el
bienestar de la mayoría. Su táctica es posibilista, su trabajo casi de insecto,
pero la ética que lo sostiene y los fines que lo impulsan son de gigante. Sabe
que en unas próximas elecciones puede ser desalojado del poder y una buena
parte de su obra desmoronada (seguramente algunos de los que salgan de la
pobreza, fruto de esa política, verán entonces sus intereses en otro lugar),
pero no hará nada por perpetuarse con la excusa de consolidar el camino
construido. Nunca quitará la voz a las mayorías con la martingala de los
intereses del pueblo.
Dijo: la más grave patología de la izquierda es el
infantilismo, entendido como la confusión entre los deseos y la realidad.
Aunque ya Lenin alertara de los peligros de la enfermedad
infantil del izquierdismo (1920), el maximalismo por verlos realizados
aquí, ahora y en su totalidad, barriendo cuanto estorbe, sigue siendo el pecado,
nunca expiado, de tanta izquierda auténtica.
La causa del fracaso antes de empezar. La maldita piedra en la que no cesamos
de tropezar.
La democracia liberal, aquella que respeta derechos y
libertades, es en buena medida obra de la burguesía; el Estado del bienestar,
el mayor paso en la distribución de la riqueza logrado hasta el momento, se
debe fundamentalmente a la labor de la socialdemocracia. Para construir un
mundo mejor sería de estúpidos poner en cuestión o hacer peligrar ambas
conquistas, sólo por un fundamentalismo ideológico imposible de justificar en
una mente no afectada por el germen integrista.
Volviendo al aquí y ahora, la derogación del Tratado de Lisboa, la salida del euro, la devaluación, la
suspensión del pago de la deuda (default) y la nacionalización de la banca, que
promete cierta izquierda ¿no forman parte de los delirios de la citada
patología infantil?
Mujica ha demostrado que se puede
ser un posibilista sin ser un cínico, un pragmático sin ser deshonesto, un
revolucionario sin coctel molotov.
Ánimo, ahora sólo hay que copiar.
1 comentario:
Un gran hombre que ha vivido mucho...y sabe mucho...
Saludos
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