La matanza ordenada por Herodes de todos
los niños menores de dos años con la esperanza de que entre ellos se encontrara
Jesús es uno más de los episodios evangélicos que carecen de refrendo
histórico. Aparte los problemas cronológicos sobre el nacimiento que también
afectan a este hecho, existe sobre él un silencio absoluto en las fuentes de la
época. La más importante, Las
antigüedades judías de Flavio Josefo, calla, lo que, dada la brutalidad del
evento, es, cuando menos, extraño, ya que no silencia otras crueles decisiones
del rey.
No hay que buscar tres patas al
gato, los evangelios son textos hagiográficos y proselitistas: dan un
testimonio de fe, no histórico. Además, sobre sus autores verdaderos tenemos algo más
que dudas; los textos originales han desaparecido y los que han llegado hasta
nosotros son tardíos y han sufrido interpolaciones, mutilaciones y alteraciones
de todo tipo, lo que era habitual en la actividad de los copistas, mucho más si el contenido era doctrinal; la Iglesia, al elaborar el canon muchos años
después, seleccionó los documentos que consideró oportunos y desecho otros,
abriendo el camino para su desaparición, lo que nos ha hurtado la posibilidad
de confrontar versiones no coincidentes. Pretender que su relato se ajuste a la
realidad histórica a sabiendas de lo anterior y de que entre ellos, pese a
todo, existen contradicciones, es ingenuidad o quizás algo más.
Lo cierto es que el episodio de la masacre se ha
convertido en el símbolo del abuso contra los menores, cualquiera que sea la
forma que adopte. Curiosamente, a pesar de ello, la Iglesia ha permitido históricamente
o ha sido protagonista de muchas formas de atropello y explotación de los niños.
Con desparpajo y sin mala conciencia ha asumido frecuentemente perversos hábitos sociales,
por crueles que fueran, y, después, ha tardado demasiado en desprenderse de los
que la sociedad, en su evolución, ya había desechado por inhumanos. En este
terreno, como en otros muchos, ha sido más un elemento de retardo que de
progreso. Pienso en la esclavitud o el trabajo infantiles, nunca condenados hasta
fechas demasiado tardías; en el trato inhumano en orfanatos y centros de
acogida hasta bien entrado el siglo XX; en la manipulación crudelísima, para el
mayor boato de la Iglesia, de los que estaban a su cargo (hasta el XIX algunos niños del coro vaticano eran castrados, para conservar la belleza de las voces destinadas a cantar las
alabanzas al Altísimo). Y tantos más.
Desde que la norma del celibato se
ha exigido al clero con más rigor (a partir del XIX) ha empezado a aflorar una
forma de abuso, que si bien ha existido siempre, es especialmente odiosa para
la sensibilidad actual: la pederastia. Sin embargo los eclesiásticos responsables,
aún en estos momentos, parecen arrastrar los pies cuando se les exige que se
muevan para combatirla.
Visto desde aquí es repulsivo que la Iglesia sistemáticamente permitiera y protagonizara acciones que aparenta
condenar al establecer la fiesta de los Santos Inocentes o al difundir pasajes
como: «Pero a quien escandalice a uno de estos pequeños más le valdría…» Mt
18,6.
Con todo, hay una forma de abuso que
ni los fieles ni sus ‘pastores’ tienen aún identificada como tal y de la que me
temo tardarán en tomar conciencia, a juzgar por la lentitud históricamente demostrada.
Me refiero a la manipulación intelectual que supone el adoctrinamiento
sistemático de los niños, con la colaboración, entre entusiasta y permisiva de
las familias.
La infancia es
el momento en que se definen los comportamientos que luego ayudarán a conformar los modos de pensar, utilizados por el individuo el resto de la vida para entender el entorno y conformar su mundo. Cualquier
distorsión en la capacidad de raciocinio o comprensión de la realidad en tan primordial
etapa de la vida afectará al futuro desarrollo intelectual del individuo.
Estudios
recientes han puesto de manifiesto la menor capacidad de los niños que
reciben educación religiosa para distinguir la fantasía de la realidad. Si ese
modelo educativo persiste durante la adolescencia el efecto sobre las
capacidades cognitivas y la capacidad crítica puede ser irreversible. ¿No es
esa la cuna del fundamentalismo y la intolerancia.
Es preciso revisar el
presunto derecho de los padres o tutores a orientar ideológicamente la educación
de los niños como católicos, luteranos, musulmanes, etc., lo que marcará toda
su vida como un condicionante que le ha sido impuesto. Argumentaba Dawkins que es tan aberrante que
haya niños cristianos, musulmanes o judíos como que los haya capitalistas,
comunistas o socialdemócratas.
El laicismo en la educación
va haciendo progresos, al menos en la enseñanza pública cuando se dan regímenes
democráticos, con las salvedades que conocemos, pero es insuficiente. Es necesario que se vaya abriendo camino la idea de que el
adoctrinamiento religioso desde la más tierna infancia es otra forma de abuso.
Saben los responsables religiosos que si la
educación, en la escuela y las familias, fuera neutral y las religiones sólo tuvieran presencia en los curricula escolares como un fenómeno cultural más, perderían la mayoría de los seguidores. Por algo será.
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Nota: Ver en este blog: Infancia, pasado y presente
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Nota: Ver en este blog: Infancia, pasado y presente
3 comentarios:
Muy bien redactado...brillante!
Saludos
Mi más cordial saludo y deseo de que sea este un buen año (también).
Regreso a mi blog y veo el presente artículo, con el que no estoy de acuerdo (¡quién lo diría!) al cien por cien. Yo no soy una persona tan versada como tú, pero no me negarás que atrevido sí que soy. Bien, pues el punto de desacuerdo creo que toca el centro de la exposición, puesto que pareces afirmar la existencia de un "grado cero" del adoctrinamiento, consistente en la ausencia de formación religiosa de cualquier tipo. Yo creo que las cosas no son así: tanto en la casa (en donde penetran los medios de comunicación) como en el colegio, los niños respiran unas atmósferas ideológicas y sobre todo morales de un determinado tinte, aun sin proponérselo padres ni profesores. La mentalidad de los adultos y de la sociedad circundante más próxima "educa" a los niños, les inculca unas creencias, las que sean... No existe, en defintiva, un "grado cero" o como tú dices, un contexto neutro (o algo así). Para mí, los padres deben ser conscientes de eso y determinar la educación que desean para sus hijos, en general y también en lo religioso (aunque sea para prescindir de religión alguna) y, sobre todo, en lo moral. E incluso para contrarrestar posibles influjos del exterior contrapuestos a la orientación elegida.
Feliz año y feliz regreso, amigo Jaramos.
Bienvenido tu comentario y tu crítica. No podía esperar menos.
En este caso la ideología de cada cual es determinante, así que comprendo a la perfección tu discrepancia. Cosa que no hicieron conmigo los responsables de mi educación, familiares y profesores.
Un abrazo sin discrepancias.
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