22 dic 2014

Tribulación navideña

Trocear el solar planetario y/o la masa de sus pobladores en naciones, estados o tribus ha tenido resultados prácticos; por ejemplo, se han señalado los límites de esa cosa tan seria que es la solidaridad, reservándola para los de dentro (a los de fuera, si acaso, les dejamos la caridad que es una solidaridad sin compromiso, de anda-toma-y-lárgate). No es que seamos tan bellacos que lo hayamos planificado así desde el principio, no. Ocurre que el mundo es grande y diverso y los trozos se manifiestan casi sin ayuda, después vienen quienes los perfilan y resaltan con ahínco, argumentando que ya estaban ahí desde el principio de los tiempos, y reclamando recompensa por su tarea (hacer patria).


Es una fragmentación horizontal; pero, dentro de cada parcelita (Estado, nación…) se produce una vertical (castas, clases, etnias…), con el mismo resultado de distinguir el nosotros del ellos, poner límites a la solidaridad y liberar la caridad en ocasiones, como esta de las fiestas, que tan buen resultado da para el estrés de conciencia.

Una vez que la tecnología nos calzó las botas de siete leguas y pudimos patear el mundo descubrimos que en todas las partes se cocían las habas de la discriminación, así que era posible un mensaje de solidaridad universal. Los que lo pensaron se barruntaban una reacción por parte de los perjudicados, pero les faltó cálculo y un pelín más de escepticismo en las bondades del alma humana. Erraron tanto que hoy están en el trastero, donde se acumulan los cachivaches inservibles.

Entre lo vertical y lo horizontal resultó una trama que ha demostrado tener virtudes inapreciables para el camuflaje y la engañifa. Así el gobierno de Euskadi puede colgarse la medalla de la solidaridad por «poner en marcha un sistema universal de garantía de ingresos para toda la población, incluidos los inmigrantes extranjeros», aunque lo haga a costa de la solidaridad con otras regiones españolas a las que no sólo no aporta el 8% de su PIB, que correspondería si tuviera un régimen fiscal normal, sino que recibe de aquellas más pobres el 1% (Ruiz Soroa en La cigarra española y la hormiga vasca). O las izquierdas nacionalistas (vascas, catalanas…) aspiran a levantar una frontera más, apelando a la lucha liberadora de los trabajadores que se debiera suponer internacionalista y alérgica a las fronteras. Y es que el recelo hacia el Estado, impreso en el ADN de la izquierda, lleva a mostrar hostilidad al que hay aunque sea levantando otros; como la querencia por el pueblo puede justificar el populismo, pariente cercano del nacionalismo, ambos trampas notorias.

Simples, en la acepción de bobos, o pícaros y marrulleros, lo cierto es que hay una peligrosa fauna emboscada en las complejidades del tejido social, enarbolando los recursos que la lengua proporciona para el entendimiento como armas para la confusión. Así el vocablo solidaridad se convierte en sus manos en facilitador de lo contrario, a saber, defensa de privilegios económicos o de otro tipo. No en balde las pretensiones de los nacionalistas se justifican en supuestos derechos históricos de origen medieval, o sea privilegios (privilegium = ley privada o particular), precisamente lo que vino a abolir la revolución, aquella de la que deriva la democracia de hoy, hace siete u ocho generaciones.

Estamos en navidad que es un belén (perdón por la broma) cuya algarabía todo lo mezcla y confunde en una especie de centrifugado de virtudes, vicios, intereses y emociones: espiritualidad y márquetin, inocencia y engaño, solidaridad y egoísmo… Una buena metáfora de la vida.


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy acertado...

Feliz Navidad !