Trocear el
solar planetario y/o la masa de sus pobladores en naciones, estados o tribus ha tenido resultados prácticos;
por ejemplo, se han señalado los límites de esa cosa tan seria que es la
solidaridad, reservándola para los de dentro (a los de fuera, si acaso, les
dejamos la caridad que es una solidaridad sin compromiso, de anda-toma-y-lárgate).
No es que seamos tan bellacos que lo hayamos planificado así desde el
principio, no. Ocurre que el mundo es grande y diverso y los trozos se
manifiestan casi sin ayuda, después vienen quienes los perfilan y resaltan con
ahínco, argumentando que ya estaban ahí desde el principio de los tiempos, y
reclamando recompensa por su tarea (hacer patria).
Es una
fragmentación horizontal; pero, dentro de cada parcelita (Estado, nación…) se
produce una vertical (castas, clases, etnias…), con el mismo resultado de
distinguir el nosotros del ellos, poner límites a la solidaridad y liberar la
caridad en ocasiones, como esta de las fiestas, que tan buen resultado da para
el estrés de conciencia.
Una vez que la
tecnología nos calzó las botas de siete leguas y pudimos patear el mundo
descubrimos que en todas las partes se cocían las habas de la discriminación,
así que era posible un mensaje de solidaridad universal. Los que lo pensaron se
barruntaban una reacción por parte de los perjudicados, pero les faltó cálculo
y un pelín más de escepticismo en las bondades del alma humana. Erraron tanto
que hoy están en el trastero, donde se acumulan los cachivaches inservibles.
Entre lo
vertical y lo horizontal resultó una trama que ha demostrado tener virtudes
inapreciables para el camuflaje y la engañifa. Así el gobierno de Euskadi puede
colgarse la medalla de la solidaridad por «poner en marcha un sistema universal
de garantía de ingresos para toda la población, incluidos los inmigrantes extranjeros», aunque lo
haga a costa de la solidaridad con otras regiones españolas a las que no sólo
no aporta el 8% de su PIB, que correspondería si tuviera un régimen fiscal
normal, sino que recibe de aquellas más pobres el 1% (Ruiz Soroa en La cigarra española y la hormiga vasca). O las
izquierdas nacionalistas (vascas, catalanas…) aspiran a levantar una frontera
más, apelando a la lucha liberadora de los trabajadores que se debiera suponer
internacionalista y alérgica a las fronteras. Y es que el recelo hacia el
Estado, impreso en el ADN de la izquierda, lleva a mostrar hostilidad al que
hay aunque sea levantando otros; como la querencia por el pueblo puede
justificar el populismo, pariente cercano del nacionalismo, ambos trampas notorias.
Simples,
en la acepción de bobos, o pícaros y marrulleros, lo cierto es que hay una
peligrosa fauna emboscada en las complejidades del tejido social, enarbolando
los recursos que la lengua proporciona para el entendimiento como armas para la
confusión. Así el vocablo solidaridad se convierte en sus manos en facilitador
de lo contrario, a saber, defensa de privilegios económicos o de otro tipo. No
en balde las pretensiones de los nacionalistas se justifican en supuestos
derechos históricos de origen medieval, o sea privilegios (privilegium = ley privada
o particular), precisamente lo que vino a abolir la revolución, aquella de la
que deriva la democracia de hoy, hace siete u ocho generaciones.
Estamos
en navidad que es un belén (perdón por la broma) cuya algarabía todo lo mezcla
y confunde en una especie de centrifugado de virtudes, vicios, intereses y
emociones: espiritualidad y márquetin, inocencia y engaño, solidaridad y
egoísmo… Una buena metáfora de la vida.
1 comentario:
Muy acertado...
Feliz Navidad !
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