No sé cuál es el mecanismo psicológico que nos encadena a la
moda pero debe ser poderoso a juzgar por los resultados: no hay humano que se
resista a la fuerza gravitatoria de lo que se lleva. Es especialmente visible
en los trapos y aditamentos con que protegemos y adornamos nuestro cuerpo
serrano, también es donde más velozmente puede variar y donde se ha instituido
todo un ritual de cambio en cada temporada (año o estación); pero alcanza a todos
los aspectos de la actividad humana, desde los más frívolos a los más serios, desde
la pública a la más recóndita e íntima. A la política también.
Estoy convencido de que el jolgorio en torno a la supuesta
caída del presunto bipartidismo, del cual hemos
disfrutado/padecido desde el 78, no obedece a ningún avance o retroceso
decisivo en la convivencia pública que haya descubierto algún genio de la
política sino a la moda.
Tener muchos años permite echar la vista hacia atrás (casi
más que hacia adelante), lo que posibilita, por ejemplo, recordar los años en
que se llevaron los pantalones de pata de elefante y los comentarios de los
mayores de entonces que evocaban a su vez los tiempos en que ellos los llevaron
antes (en moda la reaparición cíclica de un elemento es un clásico). Precisamente
por aquellos tiempos de la pata de elefante se hablaba mucho y con horror de la
“sopa de letras”; a saber, la concurrencia de una infinidad de partidos en las
elecciones y el temor de que su presencia multitudinaria en el parlamento
convirtiera la vida política en una algarabía. En la mente de todos estaba el
reciente fracaso de la IV República francesa y, por supuesto, el trajín
político durante nuestra II República, estigmatizado sin tregua durante los larguísimos
años de la dictadura, que pesaban como el plomo en todas las conciencias.
Al final el devenir parlamentario de la Transición desembocó,
contra los malos augurios y para tranquilidad de la mayoría, en un cuasi
bipartidismo, aunque lejos del británico o americano, prototipos seculares de
estabilidad. Estoy convencido que por pereza o economía de análisis y
decisiones entre los electores, o sea, por voluntad de los ciudadanos, aunque
no niego que ayudado por una ley electoral quizás pensada para eso. La prueba
es que ahora se anuncia su final (del bipartidismo) sin que se haya modificado
ni una coma de la dichosa ley.
Las elecciones andaluzas nos han permitido colocarnos las
galas de la moda pluripartidista, pero antes de que se nos agote la alegría del
estreno ya entrevemos sus problemas: resulta jodidamente difícil formar un
gobierno y se vislumbra una casi segura inestabilidad ¿No producirán sus
consecuencias más hartazgo que lo que había? Quizás con el tiempo volvamos a
ver los pantalones pata de elefante junto al reclamo de un bonito bipartidismo
que nos devuelva la tranquilidad.
Cuando era niño oía con frecuencia contra mis caprichos
infantiles aquello (hoy tan retro) de: teta y sopas no caben en la boca. Pues
eso.
1 comentario:
Al final, volveremos a lo de siempre....
Saludos
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