«Cuando oigo la palabra cultura echo mano a la pistola» es
una conocida frase cuya autoría se disputa entre varios fachas ilustres, desde
Millán Astray a Goebels (por patriotismo yo se la adjudicaría al nuestro). Lo
comprendo muy bien, es un movimiento reflejo de defensa, y no es nada raro que
haya mucho prócer, especialmente si está uniformado, que se sienta amenazado
por la cultura. Yo, por ejemplo, cada vez que oigo la palabra religión reprimo
con dificultad el grito de cuerpo a tierra y si no me lanzo al suelo es por
temor a confundirme con fieles postrados.
Tal y como están las cosas (más o menos como siempre, la
verdad, y eso es lo malo) las religiones son una amenaza potencial de primera. Si
uno lee los textos sagrados de cualquiera de las tres hermanas: judaísmo,
cristianismo e islam, se siente
anonadado por la insignificancia a la que reducen la condición humana (islam
significa sumisión), la minimización del valor de la vida humana, y la
trivialización del homicidio en todas sus formas, incluido el genocidio, si es
con ‘fines santos’. El Corán, por ejemplo, recomienda acciones crueles en la
yihad para aterrorizar a los infieles ¿No era eso terrorismo? En este caso, sin
duda, santo terrorismo.
No son aberraciones producto de interpretaciones sesgadas del
mensaje divino sino que están en la lógica interna de todas las religiones
llamadas de salvación. Cualquiera que tenga las herramientas del raciocinio en buena
forma y sin adherencias indeseables puede descubrirlo por sí mismo preguntándose
por qué se llaman de salvación, qué hay que salvar y de qué. Descubrirá que las
respuestas conducen a la conclusión de que
el mundo, la vida y la persona física son desdeñables: «Vivo sin vivir en mí/ y
tan alta vida espero/ que muero porque no muero» escribía magistralmente Teresa
de Ávila (Doctora de la Iglesia desde 1970).
Que un mismo pensamiento pueda producir la excelencia en el
arte, ser expresión de santidad o desembocar en un crimen execrable dependerá
de las circunstancias. Ellas han hecho al islam protagonista principal de esta
bonita guerra de religiones postmoderna en la que estamos.
Dice al-Bagdadí que el
islam nunca fue una religión de paz; desde luego, lo que se lee en el Corán, el
ejemplo del Profeta y lo que muestra la historia le dan la razón. Pero no es
una excepción, si el cristianismo parece más inclinado a la paz es porque en
sus primeros tiempos malvivió como minoría que tenía que ganarse el derecho a
existir (lastrado por el hecho de que el personaje en torno al que se configuró,
Jesús, había sido ejecutado por sedición) y porque después de un periodo de
absoluta hegemonía (más de 1500 años) en los que cometió toda clase de
tropelías, empezó (desde el XVIII) a perder el control de la sociedad civil. Pero,
cuidado, vale más no despertar a la bestia, el judaísmo ha recuperado el
control parcialmente en el Estado confesional de Israel y ha vuelto a la
agresividad criminal de la leyenda bíblica, tuneada a la moda.
Hay mil y una variantes para estos desmanes que comparten
las tres religiones pero todos tienen la misma causa: haber convertido una
creencia irracional en norte y guía.
1 comentario:
Muy bien tratado....
Saludos
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