En un poema bastante críptico, conservado sólo en fragmentos
citados por otros filósofos de su cuerda o de la contraria, Parménides,
considerado uno de los padres de la filosofía, dijo: «Lo que es es y lo que no
es no es» o «El ser es y no puede no ser» (no confundir con aquella otra
sentencia: «Lo que no pue ser no pue ser y además es imposible» emanada del
círculo taurino, un pozo de sabiduría poco explorado). A primera vista puede
dejarnos perplejos que algo así haya marcado el inicio de la filosofía, pero es
pura metafísica, ciencia que, la verdad sea dicha, nunca sabremos si es o no
es. De hecho otros filósofos la reducen a problemas de lenguaje, y no deben
andar muy lejos del acierto porque el mayor debate hoy sobre la susodicha
proposición es puramente filológico, a ver si donde dice digo dice digo y no
dice Diego; al fin y al cabo estos chicos solían usar el griego jónico-ático de
hace 2500 años, sólo un pelín más inteligible que el lunfardo.
No
perdamos el hilo. Otro pensador más o menos contemporáneo de aquel y más o
menos igual de claro (fue llamado “el oscuro”), Heráclito, nos legó aquello de
«Todo fluye, nada permanece» y «En los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no
somos», que hemos convertido en «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el
mismo río», más asequible pero que se parece regular. Aunque nos dé pereza
indagar en las afirmaciones de uno y otro, con todo el hardware y el software
neuronal disponibles, a simple vista nos damos cuenta de que dicen cosas
contradictorias. Uno se apunta a la inmovilidad y permanencia del ser y el otro
a la movilidad y el cambio como explicaciones de la realidad. Esto no puede
quedar así, pensarían los más espabilados de entre los que vivieron el debate,
y, efectivamente, hasta la presente no hemos hecho otra cosa que vacilar entre
una y la otra concepción.
Si fueran contemporáneos
nuestros a lo mejor diríamos que Parménides era un carca alérgico al cambio, un
conservador de tomo y lomo para el que cualquier intento de mudanza es herético
y estúpido; en cambio Heráclito nos parece un progre, tuviera coleta o no, que,
en todo, se apunta al cambio, a la trasformación de las cosas por el ansia de
mejorar, aunque sea por casualidad.
Muy bien, pero el debate se
ha filtrado a nuestra conciencia en cuyo interior hay fuerzas parmenídeas y
heraclíteas en combate permanente de manera que unas veces predominan unas y
otras las otras (esta mañana todo me sale en plan trabalenguas). Un poner: Podemos es una fuerza de cambio y aspira a transformar la vida política que
quedó atascada (según ellos) ya en la mal llamada (también según ellos)
Transición, pero su staff dirigente, democráticamente elegido (faltaría más) apuesta ahora por el centralismo (me refiero a ese asunto de las listas plancha para las
primarias) para no ser lo que han venido a ser, no sea que algún mindundi
provinciano, emergido de Dios sepa qué círculo, deshaga lo que no se ha hecho y ‘cambie’ la ‘esencia’ del invento con la
aristotélica pretensión de que materia y forma no deberían entrar en contradicción.
Se me ha puesto un dolor de
cabeza más tonto…
1 comentario:
Ciertamente es para que nos duela....
Saludos
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