No sé si siento admiración o miedo ante esas personas que
piensan y siempre pensaron lo mismo, que ni la edad ni las demás circunstancias
personales o ambientales les hicieron desviarse del camino que descubrieron en
los comienzos. Imagino, en el caso de la edad, que la experiencia ha ido
ratificando una tras otra las conclusiones de sus pensamientos. Eso es
admirable sobre todo si comprobamos, como no podía ser de otra manera, que
estos pensadores monolíticos se encuentran en cualquier punto de la rosa de los
vientos ideológicos, lo que, si seguimos los preceptos de la lógica (no son
verdad a la vez una cosa y su contraria), induce a concluir que sufren algún tipo
de error en el proceso evaluador de su experiencia. Es muy posible que esas
personas no existan, que no sean sino la imagen que queremos proyectar en el
escenario del teatro/mundo y que, a fuer de representarla, la hemos asumido
como propia, ocultando las contradicciones internas salutífera o
conflictivamente. Quiero decir que algunos lo hacen tan eficientemente que
redunda para ellos en salud y tranquilidad, pero que cuando la artimaña es
chapucera conduce al conflicto interno, a la perplejidad y a la incertidumbre. Si
fuera así, casi con certeza yo estoy entre estos últimos.
En muchas de las ideas que manejaba en mi juventud no me reconozco,
casi a diario me sorprendo defendiendo por la tarde aquello que condené por la
mañana y, por supuesto, lo que sostengo ante algunos es justo lo que combato
ante otros. Quizás esto no tuviera demasiada importancia (que importa lo que yo
piense) si no fuera porque me doy cuenta. Y ¿ante quién más que ante mí debería
guardar la compostura y no presentarme como un pelele agitado por las circunstancias?
Lo digo por una cuestión de autoestima, eso que tanto valoran los psicólogos como
puntal de nuestra personalidad.
En fin, el otro problema que me preocupa es la verborrea, yo no quería más que hablar de Grecia pero he largado más de 300 palabras sin que la
intención se vislumbre siquiera. Y es que lo de los griegos me despierta no sólo
sentimientos contradictorios sino también pensamientos discordantes.
Anoche vimos como los que habían votado ‘no’ se lanzaban a
la fiesta en la plaza Sintagma, que ya me resulta más familiar que la de mi
pueblo. Celebraban haberle dado en los morros a los europeos (Comisión,
Eurogrupo, Banco Central…) Les tengo tantas ganas que de haber estado allí también
me habría puesto a bailar el sirtaki olvidando mi incapacidad genética para
esos menesteres. Después, intentando dormir la mona, me habría alarmado por
haber celebrado un triunfo del soberanismo/nacionalismo que tanto lastra los
esfuerzos por construir Europa y, a otro nivel, tanto trabaja por destruir Estados
consolidados. Sin duda habría contra argumentado que la izquierda no quiere
salir de Europa sino otra Europa, pero pensando, pensando me habría preguntado
dónde puñetas hay siquiera un esbozo de esa Europa alternativa, quién lo tiene,
quién lo guarda, quién lo oculta… o es que no lo hay. En fin, me consolaría con
la idea de que es el pueblo quien lo quiere ¿Habrá algo más progresista? Pero
en seguida me alarmaría viendo a los lepenistas, al UKIP y a la City, a fachas
y ultraizquierdista de toda laya uniéndose felices a la algarabía.
La vida es difícil de comprender y de explicar. Por eso cada
día simpatizo más con Fernando VII que expresó tan contundentemente aquel brillante propósito: «Lejos
de mí la funesta manía de pensar».
Hombre, si es una manía…
1 comentario:
Muy bien planteado....
Saludos
Publicar un comentario