En España siempre tuvimos un problema con las élites a las
que percibimos escuálidas, frágiles y ralas en comparación con vecinos de
nuestra envergadura. Ortega que reflexionó mucho, a veces con acierto, sobre
los problemas de nuestro colectivo nacional vino a decir en cierta ocasión (no
tengo la cita a mano) que lo trágico de España no es que la inquisición quemara
a los heterodoxos importantes sino que no hubiera importantes heterodoxos que
quemar y cuando apareció alguno de fuste, como Servet, nos lo quemaron fuera. Seguro
que no conservé la literalidad ni el tono pero sí el contenido. De la escasez
de créme, aunque sea de heterodoxos,
hoy podríamos echarle la culpa al sistema educativo y ratificarlo con las
evaluaciones PISA. Pero ¿Y cuando no existía PISA ni enseñanza reglada alguna
que echarse a la boca, o al caletre? El pensador habla del Santo Oficio que
desapareció allá por los comienzos del XIX, ya caduco y sin candela para
encender hogueras desde hacía más de un siglo. Por cierto, un ejercicio
saludable sería dejar de echarle la culpa de todo a la Inquisición, incluso se
podría intentar una rehabilitación: por ejemplo, cuando toda Europa quemaba
brujas a millares los inquisidores españoles desdeñaban condenarlas porque más que
auténtica connivencia con el maligno veían en su actividad simple ignorancia.
Quizás estaban demasiado ocupados con los judaizantes, pero es un detalle ¿no?
Podría ser que no hubiera un problema objetivo sino defectos
de apreciación en nuestra mente, si no es demasiada licencia hablar de una
mente nacional colectiva, que seguro que sí. Si acudiéramos al psicólogo en
busca de respuestas por percepción tan decepcionante probablemente diagnosticaría
un conflicto de autoestima anclado en la conciencia desde tiempo atrás. Cherchez la femme, dicen los franceses (machistas,
todo hay que decirlo) cuando se busca la causa de cualquier problema. Pues
cuando se trata del magín y su actividad lo que hay que buscar como detonante
de cualquier idea es una emoción, un sentimiento. Quizás más que élites lo que
no ha llegado a cuajar, por el peculiar recorrido de nuestra historia, es una
idea de España arrogante y compartible, y esa frustración ha generado una
mirada despectiva hacía las cúpulas, que seguramente no son en realidad más
decepcionantes que en cualquier otro lugar, pero que aquí nadie reconoce como
naturales inquilinos de un panteón de la patria, porque lo que falta es eso, la
patria. Hay, desde luego, pequeñas patrias territoriales o ideológicas que en
la lucha por hacerse notar creen inevitable despreciar y desprestigiar la idea
común. Por eso nos sorprende que en EE.UU las barras y estrellas aparezcan
hasta en los calzoncillos, nos mueve a risa el culto a ciertos símbolos del
Estado en UK, como la Union Jack o la monarquía, y nos repele el rimbombante tratamiento
de los franceses hacía sus grandes hombres y la idea republicana.
Ponernos a buscar con el psicoanalista las causas profundas
de la erosión de la autoestima quizás sea emocionante pero es muy posible que no
conduzca a nada. Sería más práctico un acto de voluntad, movido por la razón,
encaminado a superar emociones y a asentar la convivencia sobre un cimiento, a
la postre, más sólido, pese a su apariencia modesta y ordinaria: el sentido
común, del que alguien dijo que es el menos común de los sentidos.
1 comentario:
Ciertamente falta mucho sentido común...
Saludos
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