Los que han disfrutado algún privilegio desde el nacimiento
acaban confundiéndolo con un derecho, y, cuando se les hace ver que es una
gracia de la que han gozado sin demasiado fundamento, sacan a colación todo
tipo de fantasmas: derechos históricos violados, el sentido común amenazado, la
costumbre aniquilada, lo razonable puesto en solfa… Una buena parte de los
católicos de este país, practicantes o no, se sienten con derecho a imponer sus
criterios y a escandalizarse ante cualquier crítica a sus posiciones de
privilegio se utilice el medio que sea: el escrito razonado, cualquier
expresión artística… el recurso a la ley. Igual la derecha (aquí, una
advocación de lo mismo), que ha hegemonizado la vida social desde tiempo
inmemorial, aunque desde la transición haya mostrado algunas debilidades que
han permitido gobiernos socialdemócratas, pero sin perder nunca el mango de la
sartén, o sea, la cosa económica.
La derecha sociológica es tan sensible a la ideología como
la izquierda, aunque menos cainita por un quítame allá esas pajas, lo que le da
aspecto de grupo sólido, irrompible. Lo ha demostrado en los últimos affaires
con los munícipes madrileños o barceloneses, muy de izquierdas hoy, pero muy de
derechas ayer mismo, por gracia de los electores: con la poeta Dolors Miquel
que rezó/recitó en un acto público un padre nuestro feminista y deliciosa o
aborreciblemente irreverente; con los incomprensibles tuits de Zapata, el
toples de la portavoz municipal que fue a misa en la complutense o los
titiriteros que presentaron un cristobita nada correcto políticamente. Pasa
siempre, los buenos modos y el saber estar de la derecha se transforman en un
santiamén en colmillos y garras a la mínima amenaza que atisbe desde las
almenas de su castillo roquero. El privilegio de estar ahí y mangonearlo todo
es para ellos un derecho fundamental, heredado de la aristocracia dieciochesca,
a su vez legataria de la nobleza feudal, etc., etc.
Los musulmanes sufren ahora condena por no haber tenido a
tiempo un renacimiento refrescante, despertándose cada mañana con la sensación
de estar en el S. VII, a la vera del Profeta. Nosotros, por no haber hecho una
revolución comme il faut, lo hacemos
enredados en las patas del caballo de Santiago Matamoros o riéndole las gracias
a Fernando VII, el Borbón más sinvergüenza e inútil de todos los tiempos y
lugares, que ya es decir, inventor de la caspa y de la marcha atrás. El caso es
que el tiempo de las revoluciones deslumbrantes pasó ya.
En el guiso de la historia es como en la cocina, si nos
saltamos un ítem de la receta el plato queda insulso, sin su punto y hasta
incomestible. Esperemos que me equivoque y que todo se arregle con un pellizco
de sal. Algo parecido pensábamos en la Transición y, por un tiempo, creímos
haberlo arreglado todo. No era así, estamos en las mismas.
1 comentario:
La Historia siempre se repite...
Saludos
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