20 feb 2016

En las mismas

Los que han disfrutado algún privilegio desde el nacimiento acaban confundiéndolo con un derecho, y, cuando se les hace ver que es una gracia de la que han gozado sin demasiado fundamento, sacan a colación todo tipo de fantasmas: derechos históricos violados, el sentido común amenazado, la costumbre aniquilada, lo razonable puesto en solfa… Una buena parte de los católicos de este país, practicantes o no, se sienten con derecho a imponer sus criterios y a escandalizarse ante cualquier crítica a sus posiciones de privilegio se utilice el medio que sea: el escrito razonado, cualquier expresión artística… el recurso a la ley. Igual la derecha (aquí, una advocación de lo mismo), que ha hegemonizado la vida social desde tiempo inmemorial, aunque desde la transición haya mostrado algunas debilidades que han permitido gobiernos socialdemócratas, pero sin perder nunca el mango de la sartén, o sea, la cosa económica.


La derecha sociológica es tan sensible a la ideología como la izquierda, aunque menos cainita por un quítame allá esas pajas, lo que le da aspecto de grupo sólido, irrompible. Lo ha demostrado en los últimos affaires con los munícipes madrileños o barceloneses, muy de izquierdas hoy, pero muy de derechas ayer mismo, por gracia de los electores: con la poeta Dolors Miquel que rezó/recitó en un acto público un padre nuestro feminista y deliciosa o aborreciblemente irreverente; con los incomprensibles tuits de Zapata, el toples de la portavoz municipal que fue a misa en la complutense o los titiriteros que presentaron un cristobita nada correcto políticamente. Pasa siempre, los buenos modos y el saber estar de la derecha se transforman en un santiamén en colmillos y garras a la mínima amenaza que atisbe desde las almenas de su castillo roquero. El privilegio de estar ahí y mangonearlo todo es para ellos un derecho fundamental, heredado de la aristocracia dieciochesca, a su vez legataria de la nobleza feudal, etc., etc.

Los musulmanes sufren ahora condena por no haber tenido a tiempo un renacimiento refrescante, despertándose cada mañana con la sensación de estar en el S. VII, a la vera del Profeta. Nosotros, por no haber hecho una revolución comme il faut, lo hacemos enredados en las patas del caballo de Santiago Matamoros o riéndole las gracias a Fernando VII, el Borbón más sinvergüenza e inútil de todos los tiempos y lugares, que ya es decir, inventor de la caspa y de la marcha atrás. El caso es que el tiempo de las revoluciones deslumbrantes pasó ya.

En el guiso de la historia es como en la cocina, si nos saltamos un ítem de la receta el plato queda insulso, sin su punto y hasta incomestible. Esperemos que me equivoque y que todo se arregle con un pellizco de sal. Algo parecido pensábamos en la Transición y, por un tiempo, creímos haberlo arreglado todo. No era así, estamos en las mismas.



1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

La Historia siempre se repite...

Saludos