Cuenta F. Savater en
un reciente artículo en el País que la asamblea ateniense votó en una ocasión una moción que proponía abandonar la democracia. Sin duda la realidad conseguida no estaba a la altura
de sus sueños. Y es que la democracia no hace milagros. Con toda probababilidad
el bienestar (económico) no es hijo de la democracia sino a la inversa. No es
que en Occidente se hayan conseguido las máximas cotas de bienestar porque se
han practicado políticas democráticas, sino al revés, aunque es cierto que la democracia puede dar a continuación pinceladas nada despreciables. En los setenta, al
comienzo mismo de la Transición, en una asamblea de jornaleros alguien aseguró
que la democracia iba a acabar con el paro de inmediato; aún recuerdo las
caras de los concurrentes cuando insinué que eso podía no ser necesariamente
así. Con democracia o sin ella los problemas persisten si no se aplican los
remedios adecuados; incluso con ella puede que tengamos que soportar con frecuencia
irritante a mandatarios mediocres, conflictos internos insistentes y, desde
luego, por la propia naturaleza del sistema, los problemas se hacen más
visibles. Sin embargo, nos proporciona algo que no podemos encontrar de ninguna
otra manera en sociedad: la completa dignidad de ciudadanos. La contrapartida
es la participación y la responsabilidad de elegir. Ambas pueden ser duras.
Ninguna es un juego.
Vivimos un momento que recuerda
aquella asamblea griega. Da la impresión de que en un país tras otro se está
formulando la pregunta que se hicieron los atenienses tantos siglos atrás. Y lo
alarmante es que la respuesta afirmativa va ganando posiciones claramente. El reciente
referéndum turco ha sentenciado a la única democracia en país de mayoría
musulmana, que, además, contaba con una ya larga y esperanzadora práctica; recuerda
el suicidio político de los alemanes e italianos de entreguerras. Los turcos
han preferido un caudillo a la responsabilidad de elegir cada día (en España
soportamos un caudillaje de 40 años por la misma dejación de responsabilidades,
aunque no se iniciara con una consulta precisamente).
La marea populista con sus
propuestas de voladura de la democracia representativa, su denuncia de los cuadros
y estructuras políticas como ‘casta’ (o ‘tramas’) con sus escondrijos, su
querencia por el culto a la personalidad, caldo de cultivo del caudillaje, no
hace sino promover el suicidio democrático. Si hubiéramos llegado al punto de
pleamar todo estaría bien, podríamos tomarnos estos sobresaltos como una purga
necesaria; pero ¿y si la marea continúa subiendo? De momento tenemos ya en el
pescante del país más poderoso y prestigioso del mundo a un personaje notable
sólo por su ignorancia, histrionismo y bravuconería, encaramado allí por el
pueblo soberano que vio en él al salvador que recuperará las virtudes perdidas
de la nación, levantará muros contra la inmigración y aplastará a la casta, sin
que nadie haya visto contradicciones entre sus propuestas y su vida privada,
aunque saltan a la vista de un ciego. Su oratoria de charlatán de feria se ha dejado
oír en el momento oportuno y ha sido escuchada.
Las crisis políticas suceden siempre a las económicas como una secuela inevitable. Los historiadores saben que es cuando comienza la recuperación cuando el descontento, que ha ido cristalizando lentamente, hace eclosión provocando la ruptura. Estamos en ello.
Las crisis políticas suceden siempre a las económicas como una secuela inevitable. Los historiadores saben que es cuando comienza la recuperación cuando el descontento, que ha ido cristalizando lentamente, hace eclosión provocando la ruptura. Estamos en ello.
2 comentarios:
Un gran artículo...
Un caos político que, a mi modo de ver, viene de que estamos viviendo un cambio de era estamos pasando de la era industrial a la robótica (intento escribir un articulillo sobre el tema. A ver si soy capaz de enjaretarlo). Hoy las máquinas no nos ayudan en el trabajo, NOS SUSTITUYEN, y esto crea una situación de pérdida irreparable de puestos de trabajo que abocará hacia cambios sociales tan profundos como los que hubo cuando la revolución industrial. Sin embargo los políticos, o no lo comprenden, o callan porque no saben qué decir y menos qué hacer.
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