20 sept 2008

Reflexiones sobre la democracia (3). Economía.

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La democracia ha sido la obra de las clases medias como se ve al analizar la historia. Las más sólidas democracias son precisamente aquellas que cuentan con estratos sociales intermedios muy amplios y absolutamente hegemónicos; en aquellos lugares en donde la polarización de la riqueza impide el desarrollo y afianzamiento de tales grupos se encuentran las mismas dificultades para consolidar un sistema democrático. Por eso mismo, si hoy tenemos un número de democracias, al menos formales, mayor que en ningún otro momento se debe más a la hegemonía de Occidente y a su influencia que al desarrollo interno de los países que las ostentan, ya que, por desgracia, no vivimos tiempos que puedan presumir de reducción de la pobreza a nivel global.


Sentado este principio que relaciona la democracia con la economía, con la riqueza y su distribución, echemos una ojeada al modo como interaccionan una vez establecida la primera. La política incluye a la economía, así que existe una política económica, que no sólo se ocupa del crecimiento, sino también de mejorar la distribución de la riqueza. Para ello el ejecutivo ha de intervenir, puesto que el mercado puede, por sí sólo, generar crecimiento y hacer a la economía más y más eficiente, pero es ciego para la justicia social, es incapaz de distribuir con equidad; al contrario, tiende a acumular la riqueza donde ya la hay. En una buena distribución de los bienes le va a la democracia su propia existencia, como demuestra un estudio del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) realizado sobre la población latinoamericana en 2004 y en cuyas encuestas el 54.7 de los entrevistados en 18 países estaría dispuesto a aceptar una dictadura si resolviera los problemas económicos. La política de no intervención a ultranza, que sostiene el neoliberalismo, es contraria a la salud democrática; ello sin tener en cuenta la hipocresía que encierra, como se ve en las nacionalizaciones de estos días en EE.UU, abanderado del ultraliberalismo, de bancos en apuros, o en las declaraciones del presidente de la CEOE ayer reclamando un “paréntesis en la economía de libre mercado” ante las dificultades, de ellos, claro.


Para que esa intervención necesaria sea eficaz, los gobiernos deben esforzarse por conservar los resortes adecuados, sin perderlos vía globalización en la desregulación que impone la práctica neoliberal de moda, o sometiéndose sin más a los dictados de los organismos transnacionales, dominados por los mismos intereses. La ineficacia en la preservación de esos instrumentos es una clara ineficiencia democrática.

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