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André Glucksmann, filósofo francés, superviviente de la movida de mayo del 68, escribe ayer en El País a propósito de la política de Rusia. A veces se encuentra uno con artículos que parecen haber sido redactados por alguien que nos leyó el pensamiento; en ocasiones, las más, hay discrepancias, en mayor o menor número; lo más raro es no encontrar una sola idea aprovechable. Esto es lo que me ha ocurrido con el amigo André antiguo maoísta-estalinista, en los buenos tiempos de aquel mayo, transmutado hoy en incondicional admirador de Bush o Sarkozy; travestismo del bueno, sin duda. Al margen del nomadismo político e intelectual de Glucksman, el tema que trata, el nuevo papel de Rusia, me interesa.
Desde 1991, fecha de la disolución de la URSS, hemos visto cómo los restos dispersos de la gran superpotencia, especialmente la Federación Rusa, se sumían en una postración que parecía, a primera vista, definitiva. El mandato de Yeltsin, personaje histriónico y, a mi juicio, de gran frivolidad política, de lo que quizás no fuera ajeno el alcoholismo que padecía, fue especialmente penoso. El impasse fue aprovechado por la OTAN para avanzar posiciones, como si temiera la resurrección de la gran potencia a medio plazo, pero no para asentar las bases de una nueva situación que revalidara la desaparición de la bipolaridad; no en balde se trata de una institución militar y, como tal, su obligación es mantener una situación de superioridad táctica y estratégica previniendo una posible confrontación bélica. Quizás por eso, al plantar cara Rusia en Georgia, ha dado inmediatamente la impresión de que estábamos de nuevo en la guerra fría, a lo que han contribuido las declaraciones poco afortunadas de C. Rize y S. Palin.
Tengo para mí que no se volverá a una confrontación bipolar porque las potencias emergentes (China, India y otras) tienen ya gran poder, no sólo demográfico, y son varias, situadas en diferentes áreas geográficas sobre las que paulatinamente irán ejercerciendo una influencia creciente. El nuevo mapa geopolítico del Mundo será multipolar. La OTAN respondía a las necesidades defensivas de la gran potencia occidental cuando sólo tenía enfrente a otra gran potencia, la URSS, y cuando la confrontación tenía un sustrato ideológico, que hoy ha desaparecido. En el momento presente su permanencia, su revitalización a costa de erosionar el antiguo glacis defensivo de Rusia, en lugar de asegurar la paz, lo que promueve es la inseguridad por el recelo que despierta y las reacciones que genera, como se ha visto en Georgia. Por otra parte, para la lucha por las fuentes de energía, que marca ya las relaciones internacionales y lo hará mucho más en el futuro, no parece que sea un buen instrumento, ya que otro tipo de alianza, no militar, en la que Rusia pudiera integrarse tendría ventajas obvias.
En todo caso es evidente que Europa necesita de Rusia, lo que no debería ser incompatible con la alianza con EE.UU. Nadie tendría que estar más interesado en la superación de la OTAN que los países europeos. El posible déficit defensivo que quizás produjera su desaparición habría de cubrirse con un esfuerzo conjunto en el marco de la UE, lo que forzaría al alumbramiento de una política exterior común y la emancipación respecto de EE.UU. La confrontación con Rusia es artificiosa y parece responder a la nostalgia por una época en la que se demostró la superioridad de Occidente, pero no a las necesidades de los nuevos tiempos, los de la guerra fría ya son historia.
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