El rey ha muerto, viva el rey. He aquí la fórmula con la que el ordenamiento británico describe la necesidad de que la corona no quede vacante tan siquiera un momento. A todo lo largo de la historia hay infinidad de ejemplos de lo temibles que pueden ser estos periodos, entre la desaparición del soberano y la llegada del nuevo rey. Por eso se prefería entronizar a un niño, si es que el heredero no había alcanzado la edad requerida, antes que dejar el trono vacante. El vacío de poder traía toda suerte de amenazas y males.
En los estados modernos, en los que prevalece el derecho, cuya fuente es el pueblo soberano, no el rey, la ley prevé estos casos, permitiendo una sucesión ordenada. Aún así, siempre se procura que ese periodo sea lo más corto posible, porque el mandatario saliente, ya en funciones, carece de la autoridad necesaria para hacer frente a problemas que no sean de trámite.
Estados Unidos tiene, en cambio, un modo de hacer el relevo muy diferente. El texto constitucional, elaborado en el XVIII, contempla una transición que va de primeros de noviembre a finales de enero, ¡casi tres meses!. Sin duda en las fechas en que se redactó era un procedimiento funcional, en un país de enormes distancias que inauguraba una república, a cuyo mandato podía acceder cualquier ciudadano libre. Era preciso dar tiempo suficiente para que el elegido se deshiciera de sus obligaciones habituales y se instalara en la capital, quizás a miles de kilómetros. Hoy es un absurdo.
Cuando Franco agonizaba, pero ni él ni sus allegados estaban dispuestos a que cediera el omnímodo poder que ostentaba, Hasan II aprovechó para organizar la Marcha Verde sobre el Sahara Occidental a sabiendas de la escasa capacidad de respuesta de España en ese momento. Los interregnos son momentos ideales para este tipo de oportunistas.
El brutal ataque a Gaza ordenado por el gobierno israelí tiene sin duda ese componente. Hay por supuesto otros, como la proximidad de las elecciones en Israel y la necesidad del actual gobierno de no ceder votos en manos de los fundamentalistas; pero el interregno americano ha ofrecido, según todos los indicios, la oportunidad de oro. La ola de protestas desatada en el mundo importa poco en Tel Aviv, están acostumbrados a oponerse a la mayoría de la opinión mundial, a hacer caso omiso de los mandatos de la ONU, etc. Lo único que podría frenarles sería una actitud firme de EE.UU. y, en este momento, tienen garantizada su inacción. Obama tendrá que enfrentarse a unos hechos consumados y a un grave problema nada más comenzar su mandato.
Claro que también hay quién dice que le han hecho un favor con haber lanzado el ataque ahora y no cuando ya estuviera en la Casa Blanca. Los peor pensados hasta especulan con que el nuevo mandatario podría haber aceptado implícitamente esta solución como la mejor porque lo deja libre de sospechas de colaboración y podría dar comienzo a su mandato con la gestión de la paz o, al menos, de cese de hostilidades. De hecho lo que más se ha oído estos días, sobre el ruido bestial de la guerra, es el estruendoso silencio de Obama.
Seamos mal o bien pensados, lo objetivo es que los interregnos son peligrosos, como siempre se supo. Si no existiera el americano, o hubiera sido más corto, es posible que todavía vivieran los cuatrocientos palestinos masacrados. Quizás eso no importe a nadie.
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