18 ene 2009

¡Se acabó la fiesta!

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Entre los países de la zona euro, Irlanda y España se habían convertido en modelo y admiración de toda Europa por sus tasas de crecimiento, casi asiáticas. Una y otra mostraban en los foros europeos sus cuentas de resultados con cargante petulancia, amenazando con sobrepasar a las potencias más sólidas del continente. Ayer mismo, alegando estos resultados, pugnaba con insistencia Zapatero por hacerse un sitio en el G8.

Hoy, el zarpazo de la crisis ha dejado a Irlanda a las puertas de la unidad de cuidados intensivos del FMI, y España, noqueada por el impacto empieza a vislumbrar un futuro que se adivina oscuro y difícil por mucho más tiempo (empezamos a hablar de años) de lo que podía imaginarse hace tan solo unos meses. Nadie duda de que sin la cobertura del euro, habría que haber recurrido ya a la devaluación monetaria. Evidentemente la fiesta –aquella en la que usamos el disfraz de nuevos ricos– ha llegado a su fin. Ya sé que los que nos quedamos sin diversión hemos sido todos, el mundo entero, esta es la primera crisis global; pero lo que más me preocupa es nuestra resaca, que, quizá por ser noveles y haberle dado a la bebida sin las debidas precauciones, nos deje sin aliento mucho, mucho tiempo.

Todo es pasajero, también las recesiones; pero cuando ésta haya pasado, ¿en qué situación quedaremos? Imagino lo que ocurrirá en EE.UU., Japón, Alemania, Reino Unido, Francia… etc.; cuando sus engranajes comiencen de nuevo a rodar, porque sólo se habrán oxidado un poco, seguirán vendiendo equipamiento y servicios a China, India…; hasta es posible que alguna innovación tecnológica permita acelerar el crecimiento y proporcione un complemento de alegría al nuevo proceso. Pero ¿y España? ¿Pondremos de nuevo en marcha las hormigoneras? Me temo que no, la construcción no puede ser otra vez el motor del crecimiento porque se ha llegado a un punto de saturación ¿Qué nos queda? Un equipamiento industrial raquítico, unas tasas de productividad a la cola de Europa, una inversión en innovación tecnológica tercermundista, un sistema escolar con el índice de abandono más alto de nuestros iguales y una eficiencia lamentable. La mayor parte de los emigrantes se habrán marchado, el déficit público sobrepasará el 6%, la Seguridad Social volverá a sentir la amenaza del déficit, el paro andará por los 5 millones…

Ojalá me equivoque pero todos los indicios me hacen pensar que nuestra postración va a ser más duradera que los pasados años de euforia, que tan mal aprovechamos para dotarnos de mayor solidez que el prpocionado por el superávit de los dos o tres años pasados y el hormigón que hemos derramado por todos los rincones de nuestro país, como muestra la instalación que celebra la presidencia checa de la UE.

Puede que me tildéis de pesimista; para librarme de esa presunta acusación os recomiendo la lectura de las dos fuentes que he utilizado: la entrevista a Solbes en El País y el artículo de Pierre–Antoine Delhommais, La derrota de la Armada Invencible (La déroute de l’Invincible Armada), en Le Monde, ambos de hoy, 18 de enero.

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