9 ene 2009

La ceguera en Palestina

Un conflicto tan grave y tan enconado como el de Palestina tiene que ser, por fuerza, resultado de múltiples errores que se han ido superponiendo y depositando como los sedimentos en una formación geológica, de manera que ya resulta, no sólo irrecuperable, sino incluso irreconocible, el perfil primitivo. Como en el relato de Saramago, una ceguera peculiar ha ido afectando a todos los protagonistas, directos e indirectos, produciendo un comportamiento tan torpe que ha enmarañado la situación hasta el punto de hacer imposible ya un arreglo sin gravísimos traumas.
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Es una evidencia que el gran error originario fue la creación del Estado de Israel y el traslado de millones de personas desde todas partes del mundo a la nueva tierra prometida, cumpliendo el deseo de los ultras sionistas, que ellos mismos imaginaban utópico, arrinconando, en el mejor de los casos, a la población palestina, y todo por el sentimiento de culpa de occidente en el trato histórico con los judíos. Pero no quiero referirme a esto. El Estado de Israel existe, es ya un hecho sin vuelta atrás. Partiendo de ahí, habría que haber desarrollado políticas que hicieran posible a los palestinos y a los musulmanes del entorno asimilar la nueva situación; pero ha ocurrido todo lo contrario: se ha abusado hasta la nausea de la fuerza bruta y las políticas que la han acompañado han sido de una torpeza increíble, con el resultado de una progresiva radicalización del conflicto y de las actitudes de unos y otros.
Yasir Arafat lideró un movimiento, Al Fatah, de carácter laico y socialista que fue mayoritario y hegemónico en Palestina durante muchos años. El Estado judío lo consideró, durante todo ese tiempo, el enemigo a abatir. Con singular ceguera, Israel, y su aliado y protector EE.UU., trabajaron con estúpida astucia para socavar sus posiciones entre los palestinos, favoreciendo el crecimiento y consolidación de sus adversarios políticos: Hamas y Jizbullah, ambos movimientos islamistas, el primero sunnita, heredero de los Hermanos Musulmanes; el segundo chiita, sostenido por Irán y todo el gran movimiento chiita de la región. Arafat, que apenas podía ya soportar la presión de los radicales y fundamentalistas, tuvo que rechazar la oferta de paz que estuvo a punto de cuajar durante el mandato Clinton, para no verse barrido por los radicales de su pueblo. Así que el debilitamiento de Al Fatah sirvió en última instancia, no para forzar a que aceptara cualquier paz, sino para que rechazara la única posible en aquel momento (Camp David). Jizbullah y Hamas se consolidaron en el Líbano y en Gaza respectivamente, Al Fatah ha logrado mantenerse en Cisjordania y mantener precariamente la jefatura de la llamada Autoridad Palestina; pero los dos grupos islamistas tienen ahora la fuerza suficiente para forzar la última y fracasada invasión del Líbano y ahora la de Gaza. En realidad son ellos los que llevan la iniciativa.

El tándem Israel-USA ha logrado, usando del Mossad y de la CIA –reputados como los mejores servicios secretos del mundo–, sustituir a un interlocutor laico, racional, duro, pero dispuesto al dialogo, por dos movimientos pétreos en su fundamentalismo, incapaces de negociar porque Dios sólo tiene una palabra y al parecer ya la pronunció hace unos mil cuatrocientos años. Una y otra vez el mismo error, nada más despuntar un movimiento laico en el mundo árabe todos, incluidos occidentales poderosos, parecen ponerse a trabajar para sustituirlo por algo religioso y fundamentalista: Jomeini en Irán –con qué satisfacción contempló USA la matanza de los izquierdistas que habían colaborado en la revuelta contra el Sha –; el apoyo a los talibanes contra la URSS, que sostenía un régimen comunista en Afganistán; la guerra de Irak que ha derribado uno de los pocos regímenes laicos de la zona –ya no queda más que Siria–; y el caso de Fatah.

…y de aquellos polvos, estos lodos.

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En la fotografía: Isaac Rabín, Bill Clinton y Yasir Arafat en las negociaciones de paz de 1993.

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