2 ene 2009

Ateología

El concepto de «Dios» fue inventado como antítesis de la vida: concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador, todo el odio contra la vida. El concepto de «más allá», de «mundo verdadero», fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra vida terrenal ninguna meta, ninguna razón, ningún quehacer. El concepto de «alma», de «espíritu», y, en fin, incluso el de «alma inmortal», fue inventado para despreciar el cuerpo, enfermarlo –volverlo «santo»–, para contraponer una espantosa despreocupación a todo lo que merece seriedad en la vida, a las cuestiones de la alimentación, vivienda, régimen intelectual, asistencia a los enfermos, limpieza, clima. En lugar de la salud, la «salvación del alma», es decir, una folie circulaire [locura circular] que abarca desde las convulsiones de penitencia hasta las histerias de redención. El concepto de «pecado» fue inventado al mismo tiempo que su correspondiente instrumento de tortura, el concepto de «libre albedrío», para obnubilar los instintos, con el propósito de convertir en una segunda naturaleza la desconfianza hacia ellos.
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Estas duras, agudas y valientes palabras de Nietzsche en Ecce homo las coloca Michel Onfray como frontispicio en su obra Tratado de ateología (Anagrama, Barcelona, 2007). Onfray es un filósofo francés que ha logrado convertir su ensayo en un best-seller mundial nada más publicarse. A España ha llegado en el 2006, no es, por tanto, una novedad, pero tiene, según creo, tanto valor que merece la pena dedicarle unas líneas y contribuir modestísimamente a su difusión.

Como es manifiesto la repetidamente proclamada muerte de Dios ha resultado ser una falsa alarma, progresan los tres monoteísmos, especialmente en sus versiones fundamentalistas; recuperan espacios que parecían perdidos para siempre y amenazan con convertir esta primera mitad del siglo XXI en un renacer de la superstición y la superchería religiosa. Frente a ello Onfray rearma el ateísmo, lo transforma en actitud positiva, lo tiñe de materialismo hedonista y ataca con firmeza y rigor a los tres religiones, desmontando sus fundamentos dogmáticos y éticos, con el arma, temible para los credos religiosos, de la razón desnuda, que el filósofo francés maneja con una maestría extraordinaria. El texto de Nietzsche, que he reproducido, no es una cita casual, sino que cumple, mas bien, la función de sumario, que Onfray desarrolla a lo largo de buena parte de su libro e incluye su conclusión básica: las religiones nacen de una pulsión de muerte. Junto a la argumentación se aporta una rica información con encomiable amenidad, a pesar de lo duro del tema; concluye con una bibliografía, ordenada tematicamente, muy completa e interesante.

Desde su publicación en Francia el libro desató una fuerte polémica, pero básicamente sus detractores se han centrado en intentar desmontar algunas de las anécdotas históricas que cuenta, lo que, a todas luces, es superficial y poco consistente, ya que en el texto no se aportan como prueba, sino como ilustración de lo expuesto; aún así, la falta de precisión en algún caso puede contaminar todo el texto y manchar de sospecha un argumentario tan bien trabado.

Han sido traducidas al castellano algunas de las obras fundamentales de Michel Onfray, entre ellas La fuerza de existir. Manifiesto hedonista y se han publicado ya los dos primeros tomos de la Contrahistoria de la filosofía: Las sabidurías de la Antigüedad y El Cristianismo hedonista.

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