22 ene 2009

Obama y el cambio climático

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Pocas veces se han dado circunstancias tan propicias para que tanta gente espere tanto de un mandatario recién elegido. No hay terreno de la actividad humana en el que no se tenga la esperanza de un cambio que Obama no deba intentar. El medio ambiente es uno de ellos y no de los menos necesitados. El flamante presidente ha mostrado en diversas ocasiones sensibilidad en la materia, la misma que le ha faltado a la administración saliente. Quizá por eso, a finales de diciembre, el climatólogo James Hansen ha escrito una especie de carta abierta titulada: Decir la verdad a Barak Obama – Toda la verdad. [Texto en inglés, o francés]

Hansen es un científico que ha sido denostado y ridiculizado desde que emprendió una campaña de sensibilización sobre el problema del calentamiento global, dirigiéndose al gran público y a la clase política –formó parte del equipo del candidato demócrata J. Kerry–. Los escépticos del cambio climático, que con tanta frecuencia coinciden con posiciones políticas ultraconservadoras, y la derecha chocarrera y descalificadora del progresismo en cualquiera de sus manifestaciones, lo ha crucificado de todas las formas posibles. Desde posiciones más equilibradas se le acusa de apocalíptico y desmesurado. Sin embargo el texto a que hago referencia contiene ideas que en mi modesta opinión son muy acertadas, mientras no se me argumente con mayor convicción en contra.

El problema de las emisiones de gas carbónico es decisivo –387 ppm (partes por millón) de contenido de la atmósfera en la actualidad frente a 280 ppm antes de la revolución industrial– en el calentamiento global. Para reducirlo propone la captura del CO2 a la salida de las centrales termoeléctricas y su almacenamiento, el recurso a las centrales nucleares de cuarta generación y la imposición rigurosa de una tasa por las emisiones de carbono, como soluciones ineludibles porque las considera irremplazables, a escala planetaria, por las políticas seguidas en algunos países, de ahorro energético y uso de energías renovables.

Critica duramente el uso del carbón para la producción de electricidad y la tendencia actual a incrementarlo en países emergentes con reservas y en los antiguos productores para diversificar las fuentes o escapar del dominio del petróleo. Considera su uso extremadamente pernicioso porque es la fuente energética más contaminante y que más sufrimiento ha causado a la humanidad, desde su extracción a su combustión y conversión en gas de efecto invernadero. El almacenamiento del CO2 ha de acompañarse de una política de nuclearización de China y la India con centrales de cuarta generación, considerablemente avanzadas sobre las tradicionales, en seguridad, consumo de uranio y contaminación.

El texto es largo y prolijo, muy bien argumentado y hace un llamamiento a su crítica desde posiciones científicas. Se extiende considerablemente sobre los efectos del calentamiento global, sobre lo pernicioso del carbón como fuente energética, hoy y en el pasado reciente, y la necesidad de la energía nuclear, aunque entiende que haya países que no la acepten, en contra de las propuestas del ecologismo dogmático.

En el suplemento Futuro de El País se podía leer ayer un experimento en marcha protagonizado por el buque oceanográfico alemán Polarsten, con científicos europeos e indios que pretenden sembrar una zona del Atlántico con sulfato de hierro, con lo que esperan favorecer la proliferación de la población de algas y microorganismos, aumentando así la capacidad de almacenamiento de CO2 del océano.

Espero que la administración Obama sea sensible a estas demandas y colabore e incluso lidere, como corresponde a EE.UU., este tipo de esfuerzos, recuperando el tiempo perdido por una administración tan obtusa como la que acaba de hacer mutis, a Dios gracias. Si es así, hasta podríamos disculparle el cigarrillo.

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